Las extrañas rocas de Hillmore

Esas rocas eran lo más extraño que el anciano profesor había visto en su vida. Las había visto bajar del cielo durante su paseo matinal por las colinas de Hillmore. Eran enormes esferas perfectas, con una rendija que las circundaba en su ecuador. Las rocas se posaron suavemente en el prado, como si no pesaran apenas, pero por su tacto frío, su color grisáceo y su textura áspera era evidente que eran rocas, y parecían trabajadas a cincel por algún escultor. 

Acudió durante días al lugar. Las rocas, que eran tres, a veces se movían. A veces imitando sus movimientos, de manera que, si él se movía a la derecha, alguna de las rocas lo seguía. Otras veces era al revés. Una roca iniciaba el movimiento y él la seguía. Cuando las tocaba, iban cambiando la temperatura, ya fuera para llega a un punto de calor extremo que obligaba al viejo a retirar la mano, como, al contrario, podían enfriarse hasta helarle a uno los huesos. 

El anciano profesor supo pronto que en realidad no eran rocas, sino seres de otro mundo, y que además se estaban intentando comunicar con él, sin emitir ningún sonido, por supuesto, ya que las rocas no hablan. Pero lo intuía, ya que ellas se acercaban al camino cuando él llegaba cada mañana a la colina. Supo que el saludo de bienvenida era un aumento de la temperatura suave cuando él acercaba su mano a la superficie de las rocas, acordó con ellas otros códigos para comunicarse sin palabras, basados en los distintos movimientos que ellas podían hacer y que el anciano podía imitar a su modo. 

Sabía que entre ellas se comunicaban, seguramente por telepatía o a través de algún mecanismo de control remoto, no podía asegurarlo, pero sin duda tenían la conciencia conectada. 

Pasaron meses. El anciano acudía cada día a la cita y las rocas siempre le esperaban. No tenían prisa por marchar, tampoco sabía el viejo qué propósito tenían, pero sabía que si le contaba a cualquiera la existencia de sus amigas, o amigos, se las llevarían para intentar abrirlas o para destruirlas, y eso no lo iba a consentir. 

Con el paso del tiempo, pudieron comunicarse con relativa facilidad. El lenguaje a base de movimiento y temperatura era rudimentario, pero útil. Algo parecido a una amistad se forjó entre ellos. 

Un día, la hija del viejo profesor lo siguió hasta la colina porque había cambiado el tiempo y le llegaba un abrigo para que no se resfriara. No daba crédito al ver a su padre junto a aquellas grandes y extrañísimas rocas. Al llegar cerca de su padre, las rocas describieron unos rápidos y nerviosos movimientos, a lo que el viejo replicó, dirigiéndose a ellas:

—Permítanme que les diga que están hablando de una señora, no pueden decir esas cosas, su vocabulario revela claramente sus orígenes provincianos.

Las rocas se detuvieron y retrocedieron, como avergonzadas. 

Cuando su hija le preguntó que qué era aquello, el anciano no supo qué decir. —Vinieron y se quedaron aquí, conmigo. Ahora son amigos míos, o amigas, no he podido averiguar si son de género masculino o femenino, la verdad. 

—Papá, vamos a casa, no me gusta nada todo esto...

De pronto, una de las piedras se acercó rodando suavemente al anciano. Él puso sus manos sobre su superficie y recostó en ella su mejilla. De pronto, abrió mucho los ojos y dijo: —¡Sí!

De un salto se subió sobre la roca, agarrándose a la rendija con los dedos de las dos manos, y ésta se elevó con el anciano encima. 

—Hija, no temas, me voy con ellas, creo que es la oportunidad de vivir la aventura más extraordinaria de mi vida. ¡Te quiero mucho! ¡Cuídate!

Y alzaron el vuelo, hacia el cielo. La pobre mujer se quedó atónita en medio del prado, viendo a su padre desaparecer entre las nubes, junto a las piedras esféricas. 

Cada día vuelve al prado y mira al cielo, esperando verlo de vuelta, aunque intuye que él está bien. 


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Esta es mi contribución a los 52 retos de escritura Literup. Reto 47: Unas rocas que se comunican con telepatía llegan del espacio exterior. ¿Cómo interactúan con los humanos? 

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