Colándome en Plutón

Me llamo Arny. Vivía en casa de un ingeniero de la NASA. En realidad, era la mascota de su hijo pequeño, Scott. Me sentía bien allí. Me daban comida y tenía una jaula abierta donde podía entrar a descansar siempre que me apetecía, aunque habitualmente solía merodear por la casa a mi antojo. La única estancia que me había sido vedada era la cocina, que permanecía siempre cerrada para mí. Supongo que temían que me colara en la despensa y malograra las suculentas provisiones que mis amos humanos guardaban con tanto celo. 

Me gustaba entrar con sigilo en la biblioteca, tan silenciosa y acogedora. Un día, al entrar, vi a mi pequeño amo sentado en la alfombra, frente a la chimenea, con varios libros abiertos frente a él. Me acerqué y me subí a sus piernas. Él se rió y me sostuvo entre sus manos, acariciando las placas de mi coraza. ¿Lo habéis adivinado ya? Soy un armadillo.

—Arny, mira estas fotografías—, dijo señalando uno de los libros— Es el planeta Plutón. Allí viven los Mi-go, lo he leído en este libro de Mr. Lovecraft, Los mitos de Cthulhu.

El muchacho, que entonces tenía unos diez años, estaba fascinado con aquello que parecía, en unas imágenes una pelota, y en otra hubiera dicho que era como la luna. 

Pronto dejó de hacerme caso y continuó centrando su atención en los libros. Me deslicé al suelo y merodeé por allí un rato. Junto a la mesa, descubrí la elegante cartera de piel de mi amo mayor, el padre del niño. Aproveché la oportunidad para meterme allí a echar una siestecita. 

Así fue como, sin darse cuenta, mi amo se me llevó a su laboratorio al irse a trabajar. Y trabajaba nada menos que en la NASA. La agencia espacial estadounidense. 

En cuanto noté que depositaba la cartera de nuevo en una superficie sólida e inmóvil, salí de mi escondrijo e intenté buscar un lugar seguro donde no me descubrieran. Sin duda, si mi amo me veía allí, se iba a enfadar muchísimo conmigo. 

Corrí hacia una estructura de metal frío que tenía la portezuela abierta. Al colarme, tuve la impresión de estar en la cocina de una casa modelo. Había mucho espacio y toda la superficie estaba absolutamente limpia. Me quedé muy quieto en un rincón y esperé. La puerta se cerró. La estructura empezó a vibrar, cada vez con más intensidad, de tal manera que mis placas óseas repiqueteaban contra la pared de metal y mis dientes cilíndricos castañeteaban. 

Entonces no lo sabía, pero me había colado en el interior de la sonda espacial New Horizons, que la NASA estaba enviando al espacio exterior. Aterrorizado estaba, de veras. Creo que me desmayé y no sé cuanto tiempo pasó hasta que desperté. Por una rendija de cristal pude echar un vistazo al exterior. Y allí estaba, sin ninguna duda, tenía ante mí al planeta Plutón. Recordaba perfectamente las imágenes de los libros que tanto llamaban la atención a mi pequeño amo. Poco a poco, el planeta se iba haciendo más grande, más grande. Veía cada vez con más nitidez su superficie rugosa. La sonda se precipitó hasta tomar tierra. La escotilla se abrió de manera automática y un pequeño robot con ruedas se movió junto a mi dirigiéndose hacia la salida. Le seguí hacia el exterior. Hacía algo de frío, pero mi coraza natural me protegía bastante de la intemperie. En ese planeta no había asfalto, era todo tierra firme. Probé a remover esa extraña superficie y el sustrato cedió fácilmente a mis patas. En poco rato ya estaba afanándome en la construcción de un túnel. Los armadillos somos muy diestros en ello, unos verdaderos ingenieros. Excavé y excavé hasta que di con un nido de unos insectos rarísimos, muy pequeñitos, que me supieron a gloria, porque tenía un hambre increíble después de tan largo viaje. Seguí excavando mis túneles y encontré una pequeña cueva. Mis patas se mojaron y supe que había encontrado lo mejor de todo: agua. Ese lugar era como un paraíso, tenía de todo, y además era de una tranquilidad absoluta. 

Seguí excavando con ahínco y descubrí otra cueva, mucho más grande, donde habitaban unos seres algo más pequeños que yo y muy extraños. Yo les parecía un gigante y se asustaron mucho al verme. Seguro que eran los Mi-go. Aquellas criaturas también llevaban coraza, como yo, pero no tenían patas, se arrastraban, tenían un solo ojo que permanecía semi abierto, como si hicieran esfuerzos para ver en la oscuridad, y sin duda comían aquella especie de insectos que me sirvieron para aliviar el hambre atroz que sentí al llegar al planeta.

Me miraron asustados y uno de ellos intentó comunicarse conmigo, pero no entendí nada. Cogieron confianza al ver que no los atacaba y me siguieron por los túneles cuando decidí moverme. Excavamos juntos una cueva-habitación donde dormir un rato y se acurrucaron junto a mi como si yo fuera su protector. Me inspiraron mucha ternura, la verdad. Eran inofensivos y asustadizos. 

En los días siguientes, les enseñé a hacer túneles a mi manera, y ellos me enseñaron cómo se organizaban para recoger alimento y almacenarlo en pequeños cubículos por todos el sistema de galerías. Aprendí mucho, y ellos también aprendieron de mi, sobretodo cuando pudimos encontrar un sistema para comunicarnos. 

En los días siguientes eché un vistazo a la superficie, con cautela, pero no descubrí ni al robot ni a la sonda. Se habían ido. Así que convencí a los Mi-go para que salieran a la superficie a contemplar las estrellas. Les fascinó. Les conté que mucho más allá, muy lejos estaba la Tierra, mi planeta, y allí vivía mi amo. Y desde luego les dije que mejor no asomar demasiado la cabeza por ahí porque estaba seguro de que si los humanos los descubrían, podía ser peligroso para su supervivencia. Además, bajo el suelo se estaba mejor. Perfeccionamos el sistema de túneles hasta cubrir casi toda la superficie del planeta. Desarrollamos un lenguaje común nuevo que nos permitió almacenar conocimiento. No sabíamos escribir, claro, pero si memorizar, así que entre todos logramos recordar todo lo que necesitábamos que crecer y prosperar. Algunos Mi-go se especializaron en curar rasguños, otros en cuidar a los pequeños mientras los mayores excavábamos, otros en construcción de túneles complejos y conductos de agua...

La verdad es que la nueva civilización Mi-go prosperó y mucho. Y los humanos ni se enteraron de que me colé en un nuevo mundo. Me río solo de pensarlo. Se creen tan listos... En fin...

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Esta es mi contribución a los 52 retos de escritura Literup. Reto 38: Inventa una historia en la que un armadillo viaja a Plutón y crea su propia cultura. 

Comentarios

  1. Me encanta. Me ha parecido súper original.
    Un abrazo.

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  2. ¡Hola, Merçè! Una historia SciFi muy simpática en la que Arny coloniza y civiliza a esa civilización subterránea de Plutón. Un relato ameno en la superficie, pero con un mensaje en el que se demuestra cómo deberíamos entender el encuentro con el extranjero, una ocasión para sumar lo mejor de cada uno. También es verdad que se atisba un final inquietante, así que quizá habría que devolver la categoría de planeta a Plutón para crear buen rollo, no vaya a ser que el armadillo quiera regresar a la Tierra con otras intenciones. Saludos!

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    1. Ja ja ja! Muy bueno lo de devolver la categoría de planeta a Plutón! Muchas gracias por el comentario, David.

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