Están ahí fuera

Ahora están ahí fuera. Dos negras figuras al resguardo de un portal, frente a mi casa. Los veo perfectamente, escondida tras la cortina y con la habitación a oscuras. Llevan muchas noches al acecho. Tal vez aguardan alguna señal externa para actuar o tal vez se limitan a espiar mis movimientos, pero ¿para qué?, o ¿para quién? ¿Quién se ha propuesto quebrar la paz de mi existencia, y con qué fin? 
Debería llamar a la policía, pero ¿y si se van antes de que lleguen? Haré el ridículo, como otras veces. No. Encenderé una vela y la dejaré junto a la ventana, pasarán unas horas hasta su extinción y así pensarán que estoy despierta, aunque es seguro que no voy a dormirme hasta que amanezca y el peligro haya pasado. 
Todavía siguen ahí, inmóviles. Me echaré en la cama y esperaré. Tal vez se vayan. En cualquier caso, desde el lecho controlo perfectamente la puerta de entrada, que he cerrado a cal y canto y me he encargado, como cada noche, de atrancar amontonando algunos muebles pesados, como la vieja cómoda, sobre la que he dispuesto varias sillas del comedor y sobre ellas el cuadro al óleo de mi padre cuando era joven, un gesto prácticamente simbólico, ya que poco ayudaría a evitar que forzaran la entrada desde fuera, pero creo que inconscientemente he pensado que papá me protegería. 
Echada en la cama, pues, la oscura silueta de la estructura creada por mi ante la puerta de casa, a modo de monstruo de pesadilla, es cuanto menos terrorífica, pero para mí, no para los presuntos asaltantes, ya que sólo queda expuesta a mi vista. 
Me levanto para atisbar con disimulo a la calle. Siguen allí. De vuelta a la cama, a la luz de la vela, el monstruo de la puerta parece moverse. Cojo el teléfono y preparo el número de la policía. A la mínima señal de que alguien esté al otro lado, llamo, pero debo estar segura. 
Las horas pasan y aunque me alerto varias veces por ruidos que se oyen, siempre llego a la conclusión de que son los crujidos típicos de la casa de vigas de madera. 
La vela se extingue al fin. Me doy cuenta al despertar, al amanecer. No sé cómo me había vencido el sueño. Me incorporo en la cama, sobresaltada. La primera claridad del día se filtra por la cortina. El parapeto de muebles que había dispuesto contra la puerta del piso esta intacto, salvo por un detalle importante: el cuadro de mi padre ya no está. Me levanto y camino hacia la estructura. Una pequeña nota, mecanografiada, dice: "Nos llevamos el Zuloaga. Si llamas a la policía, volveremos a por ti". 
No sabía que la pintura fuera de Zuloaga, no llamaré a la policía, no volveré a dormir tranquila, y siempre que mire de noche hacia la calle, percibiré su presencia entre las sombras. Creo que siguen ahí fuera. 
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Esta es mi contribución a los 52 retos de escritura Literup 2021. Reto 34: Utiliza las palabras "quebrar", " óleo" y "extinción" en tu relato. 

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