LA ENCANTARIA Y CHUANRALLA

Cuentan que en el valle de Benasque, en el Pirineo Aragonés, habitan las encantarias, unas bellas hadas que generalmente se hallan cerca de los ríos. No son buenas ni malas, pero tienen un gran poder y no soportan que se les interrumpa cuando están bailando.

Una noche de San Juan, las encantarias danzaban alegres junto al río. Formaban un corro, unidas las manos y de espaldas, moviéndose al alegre compás de la música de una flauta que hacía sonar una de ellas. No se dieron cuenta de que cerca se hallaba, adormecido, Chuanralla, un ser parecido a un hombre de gran tamaño, de larga cabellera rubia y emmarañada, adornada con ramitas y hojas de acebo. Habitaba en los bosques de Estós desde hacía cientos de años, pero su aspecto era el de un joven, ya que era un ser casi inmortal, al ser hijo de un gigante y una diosa del bosque. Fue muy amigo de los primeros pastores que llegaron al valle y fue él quien les enseñó a ordeñas, y a hacer quesos y requesones. 

Chuanralla, aquél día, había salido a dar un paseo en busca de hierbas medicinales. Al llegar al río, se sentó a refrescarse y a descansar y se quedó dormido. Al anochecer, lo desveló el dulce sonido de la flauta de las encantarias, y tras apartar con cuidado unos matorrales, allí las vio, danzando con exquisita elegancia, con sus largas melenas rubias y pelirrojas, vestidas con finas túnicas de color malva y blanco. Sus delicados pies descalzos apenas tocaban el suelo en sus evoluciones. 

Se fijó especialmente en una de ellas, que ceñía sus cabellos con una corona de flores silvestres muy hermosa. Su sonrisa le hechizó completamente y allí se quedó, inmóvil, con temor a ser descubierto y que huyeran para siempre, hasta que no supo cómo, desaparecieron de su vista. No parecía que lo hubieran descubierto. 

Chuanralla volvió a su casa en los bosques de Estós, pero no podía dejar de pensar en las encantarias, sobretodo en la de la linda sonrisa, y decidió volver al lugar donde las descubrió. Cuando llegó al río anduvo con cautela porque temía asustarlas si estaban por allí. Al poco, escucho sus risas. Estaban lavando sus ropas en el río e iban tendiendo sobre las piedras y en las ramas. La encantaria de la bella sonrisa montaba guardia junto a la colada y Chuanralla oyó que respondía al nombre de Maya. 

Esperó hasta que terminaron y recogieron la ropa ya seca. Las vio marchar e internarse en el bosque de acebos. Maya iba la última. Antes de entrar en el bosque, se giró hacia el escondite de Chuanralla, en la distancia, y sonrió. Sintió que las piernas no le sostenían. Cayó literal y totalmente enamorado de Maya. 

Desde entonces anduvo como por los caminos, haciendo sus tareas, ayudando a los animales salvajes en apuros, recogiendo hierbas para hacer remedios, pero su mente estaba lejos y a menudo se quedaba absorto, como ausente, pensando en Maya, repitiendo su nombre en silencio.

El bueno de Chuanralla se acercó un día a la cueva de las Fuens de Alba, lugar de reunión habitual de los pequeños Diapllerons, unos seres diminutos que viven en un tubo vegetal cerrado por dos corchos en las profundidades de algunas cuevas. Chuanralla abrió uno de los corchos y salieron volando los Diapllerons, que frente a él le preguntaron: —¿Qué necesitas?

Chuanralla les dijo que necesitaba hablar con Maya. En un abrir y cerrar de ojos, apareció ante él la sorprendida Maya, que le reconoció al instante. 

—Nos viste en el río, ¿verdad?

—Sí, soy Chuanralla. Tenía miedo de que huyérais. 

—No temas. Tienes un buen corazón. 

Maya llevaba en la mano una ramita de acebo que prendió con delicadeza de un mechón de Chuanralla. 

—Vuelve al río algún día, pronto.

Y se despidió de él con un beso, sonriendo.

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Esta es mi contribución a los 52 Retos de escritura Literup. Reto 4: Escribe un relato de amor entre dos especies fantásticas.

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