GANDALF Y LAS PUERTAS DEL TIEMPO

Una mañana de verano del séptimo año de la cuarta era, recientemente elegido alcalde de Hobbiton, salía de su casa, en el número 3 de Bolsón de Tirada, Sam Samsagaz Gamyi, alegre y resuelto. Tras él, lo seguían brincando y hablando en voz alta y aguda, atropellándose los unos a los otros, sus cuatro hijos mayores: Elanor, Frodo, Rosa y Merry, de seis, cinco, cuatro y tres años. 

Su esposa, Rosita Coto, les dijo adiós desde el portal circular enmarcado en buganvillas floridas de color anaranjado y rojo, sonriendo y recordándoles la hora de vuelta: —¡Volved para el almuerzo! Sam le lanzó un beso con una gran sonrisa aupando sobre sus hombros al más pequeño. 

Siguieron el sendero hacia el bosque de Gondan. Los gallos cantaban, los campos de trigo se mecían en la ligera brisa, dorados, los huertos lucían esplendorosos y los vecinos salían a saludarlo, aunque fuera de lejos. Las sábanas tendidas al sol, deslumbraban de blancura. Una joven lugareña sacaba agua de un pozo y les ofreció para refrescarse. Más allá, pasando por el lavadero del pueblo, junto al río, las mujeres que lavaban les saludaron eufóricas. 

Elanor se detuvo a atrapar con gran acierto a una ranita, que después de pasar por las manos de sus hermanos, liberó junto al agua. 

Se internaron en el bosque hasta llegar a la Fuente Clara, donde bebieron del agua fresca y limpia, sentándose bajo un enorme roble a desayunar pan, queso y fruta. 

Elanor, siempre ansiosa por escuchar las historias que a menudo narraba su padre, le pidió que les volviera a contar alguna aventura de Gandalf. La figura del mago fascinaba a los pequeños. Todo el mundo en Hobbiton recordaba los fuegos artificiales de Gandalf y las ilusiones que creaba en las fiestas del lugar, pero los niños, con lo que más disfrutaban, era con los episodios de los tiempos en que la Compañía iba a la busca del anillo, las penurias que pasaron y los hechizos y la magia que Gandalf utilizó para salvar los múltiples peligros que afrontaron.

Sam, rodeado de sus pequeños, encendió su pipa y, con cara de misterio, comenzó a narrar la historia de Gandalf y las puertas del tiempo. Este fue su relato: 

Hace mucho tiempo, cuando Gandalf todavía era Gandalf el Gris, justo antes de que ocurrieran los hechos de Frodo Bolsón y la Compañía, el mago llegó a la Comarca para visitar a su viejo amigo Bilbo Bolsón. En aquella ocasión, llegó a pie, atravesando el gran bosque de Gondan. En la espesura más inaccesible del bosque se encuentra la Fuente Oscura. Ya sabéis lo peligroso que es aventurarse en aquella zona del bosque, donde apenas hay senderos e inesperadamente desembocan en barrancos de gran caída. 

Gandalf buscaba hierbas medicinales de grandes propiedades que solo crecen en los lugares más sombríos y húmedos. Así que, con su magia, se abrió camino entre las enormes hayas y troncos podridos caídos hacía decenas de años. 

La Fuente Oscura surgía de una grieta en la roca viva que se alzaba en una pared vertical, desnuda y casi lisa, muchos metros por encima del nivel del bosque. La niebla perpetua no dejaba ver el final del risco. 

Gandalf se sentó al lado del manantial de agua clara, que surgía a presión formando un torrente que discurría internándose en el bosque. Al poco rato, el rumor del agua lo adormeció. Al despertar, se sintió extraño, pequeño, el riachuelo se había convertido en un ancho río que bajaba con gran fuerza. La fuente surgía de la roca en cascada, mojándole las ropas. Las plantas semejaban grandes árboles. Era víctima de un hechizo, sin duda, que lo había reducido al tamaño de un ratoncito de bosque. 

Se refugió en una grieta de la roca para intentar pensar cómo librarse del hechizo. Se apoyó en la pared, y notó que no era roca, sino madera. Con la luz de su bastón de mago, que también había menguado, se dio cuenta de que se trataba de una pequeña puerta, con pomo de metal. El marco era algo más bajo que su cabeza. La entreabrió. Parecía un túnel, oscuro. Lo iluminó y, sin pensarlo más, entró. La puerta se cerró tras de sí, sobresaltándolo. 

Recorrió el pasadizo tallado en la roca viva, llegando a una cueva. Una pequeña criatura se movía en lo más hondo. Al dirigir la luz hacía allí, lo vio: era Gollum, con sus grandes ojos en una cabeza enorme y su raquítico y encorvado cuerpo, vestido con un mínimo harapo. 

Gollum lo miró con sus ojos claros, desorbitados, y se acurrucó en un rincón, temeroso. Tenía la mano cerrada sobre un objeto que protegía contra su pecho y con su boca desdentada, advirtió dirigiéndose al mago: —¡Es mío! ¡Mi tesoro!— en tono agudo y agresivo. 

Gandalf lo obligó a abrir la mano por medio de un hechizo, y el anillo, el anillo único de Sauron, brilló en la palma de la mano de Gollum. El mago retrocedió al reconocer el poderoso y siniestro objeto. 

—¿Quién eres? —preguntó Gandalf.

—Smeagol… — respondió con voz temerosa la criatura. 

—¿Dónde estamos? —siguió preguntando Gandalf.

—Montañas nubosas… —respondió con voz sibilante y atormentada aquel ser.

Gandalf deshizo el hechizo y Gollum cerró de nuevo la mano, aterrorizado, acurrucándose tanto como pudo para proteger su valioso tesoro. 

El mago se sentía mareado. Se apoyó en la pared, descubriendo otra puerta de madera. Tenía que alejarse cuanto antes del anillo de Sauron, era pura maldad y empezaba a sentir deseos de poseerlo. Abrió la puerta y accedió a otro pasillo, que desembocó en otra cueva. Allí estaban Gollum y Bilbo Bolsón discutiendo por el anillo. Bilbo se puso el anillo y desapareció. Gandalf tuvo la sensación que alguien pasaba a su lado, a la carrera. No vio nada más, tan solo oscuridad. Gollum lanzó un grito terrible. —¡Ladrón! ¡Bolsón! ¡Te odiaré siempre! ¡Aaaaagh…! 

Gandalf volvió sobre sus pasos. A tientas, otra puerta lo llevó por un largo pasillo a otra cueva con una entrada natural sobre un acantilado. El mar estallaba en grandes olas contra la roca viva. La espuma blanca iluminada por la luna llena y el tronar ensordecedor de las olas rompiendo más abajo. Gandalf no se veía capaz de volver atrás, y de allí no había manera de salir por sus propios medios.

Tras reflexionar un poco, decidió invocar con dos palabras mágicas de la lengua antigua a la gran águila Gwaihir, el señor de los vientos, que al poco apareció bajando de los cielos en picado para recogerlo y llevárselo a lomos.

El águila le dijo, con voz callada: —Has encontrado las puertas del tiempo. Has viajado en el tiempo. Espero que lo que has visto te sirva y lo utilices sabiamente. 

Gandalf despertó en el bosque de Gondan, junto a la Fuente Oscura, en su tamaño natural. ¿Había sido un sueño? Introdujo una mano en la grieta de la roca donde supuestamente se había escondido y allí notó la pequeña puerta que lo había llevado a las entrañas de las montañas nubosas. No lo había soñado. Había viajado hacia atrás en el tiempo.

Tenía que encontrar inmediatamente a Bilbo. Un lugareño que vivía en el bosque le prestó encantado un carro y un caballo, ya que se sentía muy cansado para continuar a pie. Salió del bosque de Gondan, y se dirigió a Bolsón Cerrado, la residencia de Bilbo, el día en que éste celebraba su cumpleaños. 

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Esta es mi contribución al Reto Literup de escritura 2021. Reto 3: Sueña! Inventa una historia corta de fantasía onírica. 


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