EL CISNE NEGRO

Coincidí con Víctor, mi nuevo compañero de clase, en la parada del autobús de Marina-Àusias Marc. Durante el trayecto, hablamos de los exámenes y trabajos pendientes. Víctor se fijó en que llevaba bajo el brazo un ejemplar de Bomarzo

—¿Te gusta este libro?

Respondí que sí. Me comentó que era un buen libro. Lo había leído hacía tiempo y lo depositó en un punto verde. Yo lo encontré en el parque y se lo alcancé para que comprobara si era el ejemplar que él leyó. Lo ojeó:

—Tal vez sea éste.

—¡Pues ha viajado hasta mí! — exclamé divertida.

—Podría ser un cisne negro.

Me contó que un cisne negro era un acontecimiento improbable pero que, sorprendentemente, de manera inesperada, ocurría. Pero para ser un auténtico cisne negro, tenía que ser algo de tanta importancia que cambiase el curso de la historia, algo tan impactante como un gran descubrimiento científico, o como la pandemia mundial por coronavirus que padecimos hacía tan sólo unos meses.

—No creo que nuestro cisne negro cambie el curso de la historia —le dije.

—Eso todavía no podemos saberlo —respondió. Sonreí…

—Pero, ¿por qué lo han llamado así? —le pregunté.

—Porque hace siglos se creía que los cisnes negros no existían. La gente pensaba que todos eran blancos. Es como pensar que no existen cisnes verdes, o azules, o púrpuras. Y así fue hasta que un explorador descubrió en Australia a verdaderos cisnes negros. Eso fue un hecho insólito. Se tenía por certeza, hasta que por sorpresa se toparon con otra realidad. Más adelante, alguien llamó cisne negro a los sucesos inesperados y decisivos en la historia de la Humanidad.

Me interesaba todo lo que me contaba. Le hubiera escuchado durante horas.

A partir de aquél día me esperó cada mañana en la parada del autobús, y me gustaba que lo hiciera. Me gustaba hablar con él, cómo me miraba, cómo se explicaba y cómo sonreía con timidez.

Un sábado fui a la piscina. Estuve a punto de mandarle un mensaje para que fuera conmigo, pero no me atreví, por si decía que no. Pero fue él quien me llamó. Como siempre, había guardado el teléfono en la taquilla del vestuario mientras nadaba. Cuando volví a recoger mis cosas para cambiarme, tenía una llamada perdida. Me puse muy nerviosa, no dejó ningún mensaje en el buzón de voz. Me extrañó, tal vez quería invitarme a ir a salir, o sólo quería hablar conmigo, o simplemente se estaba equivocando de teléfono. Le mandé un mensaje, pero no contestó.

El lunes salí nerviosa de casa. Lo vi a lo lejos, allí, en la parada del autobús, esperándome. Él también me vió, y esbozó una sonrisa mientras me acercaba. Me saludó:

—Te llamé ayer.

—Lo vi. Estaba en la piscina. ¡Te mandé un mensaje, pero no contestaste! ¿Qué querías?

—Nada –contestó con tristeza.

—¿Te pasa algo? —añadí, preocupada.

—No, todo va bien, no pasa nada —dijo, desviando la mirada.

No insistí, pero me extrañó. Nos quedamos en silencio unos instantes. Entonces, no sé cómo, me lancé:

—¿Quieres ir al cine el sábado?

Me miró sorprendido, y sonrió.

—¡Es justo lo que quería pedirte ayer!

—¿Y por qué no lo hiciste?

—Pensé que tal vez dirías que no.

—¿Cómo iba a decirte que no?

Nos miramos, le brillaban los ojos. En aquel momento llegó el autobús. Iba lleno y tuvimos que permanecer de pie, muy cerca el uno del otro. Di gracias al cielo por haber dejado atrás los largos meses de confinamiento y poder volver a viajar en autobús y a estar cerca de las personas que amo... ¿Que amo? Sí, en aquel momento me di cuenta de que le amaba. Mi cisne negro...

Comentarios

  1. Bonito cisne negro. Me ha encantado el relato. Por un momento me has hecho pensar que iba a acabar mal. Saludos!

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  2. Saludos , Jose! Sigue escribiendo relatos en tu blog, te sigo.

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