Aravinka y la montaña de colores


La pose y la esbeltez de su cuerpo son hermosas, pensó la montaña de colores al ver a la giganta Aravinka aparecer por el sendero del bosque. Por sus cinco metros de altura, sobresalía por encima de los arbustos y de muchos de los árboles. Caminaba con gracia, apartando con cuidado las ramas que le obstruían el paso para no dañar la vegetación. Su cabello negro, brillante y liso, recogido en diademas de trenzas emmarcando su bello rostro, y su vestido,hecho de flores y hojas frescas, resaltaba sobre su piel morena y tersa. 

La montaña de colores debía su nombre a la pigmentación de sus estratos, que formaban franjas de intensos tonos de fucsia, turquesa, lavanda y dorado. 

Precisamente atraída por esa maravillosa paleta de colores, Aravinka se había acercado a la montaña. 

En cuanto llegó a los límites del bosque, Aravinka pudo contemplar en todo su esplendor a la montaña. 

—Eres muy hermosa —dijo dulcemente Aravinka a la montaña, agachándose y tocando la tierra de color turquesa. 

La montaña se estremeció y en ese momento sintió que brotaba en ella un sentimiento hacia ese ser. Ahí donde Aravinka tocó el suelo brotó un manantial de agua clara para que su amada saciara su sed. 

Desde ese día Aravinka y la montaña fueron inseparables, cuidaron la una de la otra. Aravinka cultivó con mucho amor la tierra fértil de colores, que dio frutos maravillosos, nunca vistos. Los días eran tranquilos y dulces, en completa harmonía entre los dos seres. 

Durante siglos fue así, hasta que un día aparecieron ellos: los humanos descubrieron la montaña de colores, un lugar único en el mundo, extraordinario para ellos. Y aquello enseguida se convirtió en una amenaza. Empezaron por deforestar los bosques de alrededor. Aravinka y la montaña lo contemplaban estupefactas. A continuación se apropiaron de los manantiales, que utilizaron para embotellar y comercializar las aguas. Construyeron un gran hotel y llegaron las manadas de turistas. Aravinka se mantuvo escondida, camuflada en un flanco de la montaña, hasta que un día, no pudo más. 

—Amada mía... —le susurró a la montaña —tengo que hacer algo o moriremos las dos. 

—Hazlo, querida, lo que sea, pero acabemos con esto. 

Aravinka invocó al fuego del interior de la montaña. Su vientre se revolvió en estértores que los humanos identificaron como temblores de tierra. Aravinka hundió sus brazos en la tierra, abriendo una gran grieta, y del interior de la montaña surgió una columna de lava ardiente de vivísimos colores que arrasó a su paso con toda contrucción humana. Durante cien días su mantuvo la erupción. Aravinka mantuvo la grieta abierta hasta que vio partir al último humano. Sólo entonces descansó. 

Aravinka ayudó a la montaña a regenerarse. El paisaje cambió, pero se ocupó con cuidados y amor de sanar las heridas. Sembró semillas de árboles en el bosque deforestado, liberó los manantiales y cultivó de nuevo la tierra. 

Las dos amantrs se mantuvieron unidas ante la adversidad, siempre vigilantes, dispuestas a defender la maravilla de la naturaleza frente a cualquier ser que osara destruirla. 

Sirva de lección a todo ser humano que olvide la deuda que tenemos con la madre tierra, que nos cuida, sustenta y da cobijo si sabemos respetarla, pero que se defiende cuando es atacada. 

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Esta es mi contribución a los 52 retos de escritura Literup. Reto 50: Escribe una historia de amor entre una giganta y una montaña.

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