Hay una cantidad sorprendente de desequilibrio y ruptura en gran parte de lo que digo, pero ya vereis que no hay para menos.
Viajaba en el AVE de Sevilla a Madrid, de noche, durmiendo tranquilamente en mi asiento del vagón del silencio, cuando de repente el tren frenó bruscamente. La inercia me impulsó contra el asiento delantero, igual que a los demás pasajeros. En el exterior, tremendos fogonazos de llamas rojas y anaranjadas iluminaban a los aterrorizados viajeros, algunos heridos.
Sabíamos que había que salir de ahí cuanto antes. La gente gritaba y se levantaba enloquecida, buscando una salida. Nos dirijimos al final del convoy, para salir por la última puerta del último vagón. Ahí no había fuego, sino absoluta oscuridad.
Fuimos bajando y nos encontramos con un paisaje inhóspito: nieve y hielo en la meseta castellana. En la huída casi todos habían dejado dentro sus pertenencias y ropa de abrigo. Tiritando, intentamos hacernos una idea de los daños y la situación en el exterior. Iluminándonos con los celulares, pronto nos concentramos en lo alto de una pequeña colina nevada desde donde divisar la totalidad del tren.
El espectáculo era dantesco: sobre el vagón de cabeza, un elemental lanzaba bolas de fuego a diestro y siniestro.
—Pero ¿qué diablos es eso? —gritó un hombre en traje y corbata que estaba tiritando a mi lado.
Vimos correr a aquel ser como una exhalación por encima del tren hacia la cola del convoy. Su aspecto cambiaba a medida que avanzaba, pasando de un rojo encendido a tonos azulados cada vez más claros. Para cuando llegó al final, su túnica era de un blanco luminosísimo, como si tuviera luz propia. De sus manos emanaba un haz de luz blanca, pura energía, que convertía todo lo que tocaba en hielo. El vagón quedó cubierto de una gruesa capa de hielo puro. Si alguien quedó dentro, desde luego no sobrevivió.
La gente gritaba, asustada, huyendo despavorida hacia el interior de un bosquecillo de abedules, tras la colina.
Por supuesto, yo también corrí para alejarme cuanto pudiera de aquél engendro. Me interné en el bosque y de pronto me di cuenta de que estaba solo. Me desplomé junto a un árbol, rendido de cansancio y muy asustado. Tenía mucho frío y pensé que iba a morir. Apagué la luz del móbil para ahorrar batería, intentando acostumbrar mi vista a la oscuridad, cuando ante mi surgió una figura fantasmal, traslúcida, como una medusa que flotara en el mar, pero del tamaño de una persona. Se dirigía hacia mi, despacio, a impulsos. Me hipnotizaba lentamente, me sentía paralizado, intuía que en cuanto me tocara moriría. La tenía a pocos centímetros de mi cara, amenazadora, cuando de pronto desapareció, y su lugar lo ocupó un pequeño duende volador que exclamó:
—¡Menos mal que llegué a tiempo! ¡Esa medusa fantasma te hubiera paralizado de dolor y a continuación te hubiera engullido! ¡Le he lanzado un hechizo infalible!
Enseguida intuí que este ser sería más amable y me atreví a susurrarle, entre el castañear de mis dientes: —Tengo frío...
Al instante me invadió una agradable calidez, como si estuviera metido en un buen saco de dormir de plumón.
Me encontraron al cabo de dos días, una patrulla de salvamento. El AVE había descarrilado, todos murieron. Fui el único superviviente. No recuerdo más que lo que he contado, y lo viví de manera absolutamente real. No fue un sueño, de otro modo no hubiera podido sobrevivir dos días y dos noches a la intemperie, inconsciente, sin abrigo y por supuesto sin agua ni comida. Nadie me creyó, ni me creerán nunca, pero yo vi lo que vi, y fue real.
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Esta es mi contribución a los 52 retos de escritura Literup. Reto 44: Mezcla en una misma narración a un duende volador, una medusa fantasma y un elemental de hielo y fuego.
Hola!! si me pasara eso yo no sabría que hacer y más ser el único sobreviviente. Gran relato.
ResponderEliminarMuchas gracias, difícil el tema del reto de esa semana, me anima que te gustara.
Eliminarque gran escrito de una imaginacion maravillosa
ResponderEliminarGracias, me alegro de que te gustara :)
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