DE CORAZÓN


—A los genios siempre les han puesto dificultades... —simpatizó el Sr. Tong en cuanto vio aparecer a un jinete sin cabeza en el camino del bosque de bambú.

El extraño jinete parecía salido de una pesadilla, por su naturaleza fantasmagórica y porque apareció al anochecer, cuando el bosque de bambú iba quedando sumido, casi sin darse uno cuenta, en una cada vez más espesa niebla.

Pocos eran los que se aventuraban a esa hora en el bosque, y el Sr. Tong era uno de ellos, uno de esos ancianos centenarios que todavía habitan la región de Okinawa.

La afirmación, pronunciada en voz alta y clara, pilló por sorpresa al jinete sin cabeza. Desde que perdió esa parte de su cuerpo nadie se había planteado cómo era ese ser antes del trágico hecho, y mucho menos había nadie apostado por suponerle genialidad.

El problema de no tener cabeza es que no tienes cerebro, ni ojos, ni boca, ni orejas, ni gusto, ni olfato. Eso te convierte en una especie de zombi destinado a asustar a los viajeros en la noche del bosque de bambú.

Sorprendido, pues, el jinete sin cabeza intentó articular palabra, sin éxito, claro, tan sólo sonó una especie de gorgeo que sin duda provenía de sus atormentadas tripas. 

El Sr. Tong suspiró. Se sentó tranquilamente en una piedra y le dijo al jinete sin cabeza: —Anda, ven, siéntate aquí, presiento que hace tiempo que nadie te escucha...

Si el jinete hubiera tenido cabeza, seguro que hubiera llorado de agradecimiento. Si dudarlo, desmontó y se sentó cerca del anciano. Intentaba expresarse con gestos para explicar qué le había pasado.

—Despacio... —dijo el anciano—, tengo papel y lápiz. Si quieres, puedes escribir, o dibujar...

El jinete titubeó, pero cogió aquel papel y trazó toscamente unos garabatos, pero claro, imagínense ustedes intentando escribir o dibujar sin disponer de vista...

El anciano tampoco veía demasiado bien, y menos en la oscuridad, pero tomó el papel y dijo:

—Oh, terrible... Veo que has sufrido mucho y que además estás muy solo. No tienes muchos amigos, ¿verdad?

El jinete negó cn un gesto de las manos y señaló al anciano. 

—Oh, ¿quieres ser mi amigo? ¡claro, cómo no! pareces un buen hombre...

El jinere se enderezó, orgulloso.

El anciano siguió hablándole, le contó dónde vivía y por qué estaba en el camino, hasta que le venció el sueño y se durmió, recostado en la piedra. El jinete lo arropó con una manta raída que llevaba a lomos del caballo. 

Por la mañana, el Sr. Tong despertó en su cama, arrebujado en la manta de su nuevo amigo. A su lado, el papel con los garabatos. En el reverso se podía leer en letra temblorosa: Gracias, de corazón. 

_______

Esta es mi contribución a los 52 retos de escritura Literup . Reto 42: Escribe una historia protagonizada por un jinete sin cabeza.

Comentarios

Publicar un comentario