No debías ir allí



Una alta pared de madera las aislaba de todo el entorno; por encima, asomaban los pinos muy juntos, casi como si se dieran codazos entre sí. Y allí estaba yo, agarrada fuertemente a una rama para no caer. Me había subido allí para ver qué había al otro lado. Aquella enigmática empalizada de madera me tenía intrigada desde hacía mucho tiempo. Nadie hablaba de ello en el pueblo, como si fuera un tema prohibido. Tan solo se sabía que no había que acercarse por allí. 

Esa tarde decidí trepar por uno de los pinos para dar un vistazo. A mis trece años era lo bastante ágil y fuerte para intentarlo. Lo que vi de entrada no era más que un gran claro en el bosque rodeado por la pared de madera, uniforme y continua, sin puerta ni ventana alguna. De ahí el enigma sobre lo que se escondía al otro lado. Me disponía a bajar, desilusionada, cuando un fulgor apareció en el centro del espacio circular. Me escondí al abrigo de una rama y esperé. Oscurecía con rapidez y el fulgor se hacía cada vez más brillante. De pronto, dio un fogonazo, y entre una ligera nube de humo apareció una mujer vestida de azul eléctrico. Sus largos cabellos echaban chispas y estaban totalmente erizados y tiesos. Sus ojos brillaban como si dentro tuvieran dos bombillas incandescentes. Antes de que pudiera recuperarme de mi asombro, el suelo, frente a ella, se resquebrajó con un espantoso sonido, como si la Tierra lanzara un profundo lamento, y del interior surgió una nueva figura de mujer vestida de rojo intenso. Sus manos eran garras con afiladas uñas, y al abrir su boca mostró amenazadora unos largos colmillos. Su larga y ondulada cabellera pelirroja tenía mechas amarillas y se movía de un lado a otro como si fuera fuego, a merced de las bocanadas de aire extremadamente caliente que emitía la profunda grieta. Las dos damas, que sin duda eran magas, quedaron a un lado y otro del abismo, frente a frente. 

Mi estupor no tenía límites, pero además estaba muy asustada. Temía que me vieran y acabaran conmigo. No podía moverme, por miedo a que el más ligero movimiento delatara mi presencia. Vi claramente que el encuentro no era amistoso y que se disponían a la batalla. La dama azul alzó sus manos al cielo y un rayo mortífero, acompañado del tronar más fuerte que había oído nunca, se precipitó contra la dama roja, que esquivó la descarga eléctrica con gran agilidad. No tardó en responder a ese ataque invocando con extrañas palabras a los demonios de la Tierra. Tres de ellos emergieron al instante de la grieta en el suelo. Eran rojos, con cabeza de carnero y dientes de tigre. Sus manos y pies eran garras mortíferas. Se abalanzaron contra la maga azul pero ésta había interpuesto una pantalla de tendido eléctrico contra la que chocaron los tres demonios. Sus gritos eran espeluznantes. El olor a quemado lo inundaba todo. Retrocedieron hacia la grieta. La dama azul rió fuertemente apuntándose un tanto, pero la maga de los demonios aún tenía armas. Ante una nueva y más poderosa invocación, apareció el mismísimo Satanás en escena. Emergió de la grieta como un gigante, sobrepasando la altura de la pared de madera y por consiguiente con serias posibilidades de que me descubriera, pero por el momento me daba la espalda. Su aspecto era parecido a los otros demonios, pero este tenía una cola acabada en una especie de punta de flecha muy afilada. Al mover su cola, cortó de cuajo algunas ramas de los pinos cercanos al que me servía de escondite, que cayeron estrepitosamente al suelo del bosque y al interior del claro. Me arrebujé tras el grueso tronco de mi árbol y continué espiando. Satanás lanzó su tremenda cola contra la maga azul, ensartándosela en el corazón, pero en el mismo momento del contacto una tremenda descarga eléctrica se introdujo en el cuerpo de Satanás, haciéndolo gritar de dolor y retorcerse ante el ataque. Se desplomó sobre maga roja aplastándola por completo y muriendo los dos en el acto. Las dos magas se habían aniquilado la una a la otra. La grieta se cerró y sus cuerpos, junto con el de Satanás se convirtieron en un túmulo de polvo. La superficie del claro humeaba y el silencio era absoluto. Bajé del pino poco a poco y, casi en trance, volví al pueblo. Mi aspecto había cambiado completamente: mis cabellos se habían vuelto grises, mi cara había envejecido, mis ojos estaban enrojecidos y había perdido gran parte de visión. Durante años no pude hablar ni apenas comunicarme. Cuando recuperé el habla y pude explicar lo que vi, tan solo obtuve una respuesta: —Siempre te dijimos que no debías ir allí.

Jamás recuperé mi juventud y jamás volví a ser la misma. 

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Esta es mi contribución a los 52 retos de escritura Literup. Reto 36: Narra la batalla entre una maga que domina la electricidad y otra que invoca demonios.

Comentarios

  1. ¡¡ Caray !! "Siempre te dijimos que no debías ir allí" . Impactante final. UN relato ágil, que se lee sin pestañear. te atrapa desde el principio. No me esperaba ese final. Pero me ha gustado.
    Buen reto, de nuevo.
    Saludos

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