La Quinta Verde

En mi adolescencia, viví en Santa Cruz de la Palma. Corrían finales del XIX y yo era un muchacho jovial y soñador. Me habían contratado, junto a mi padre, para trabajar en los viñedos malvasía de la Quinta Verde. La finca, construida en el XVII, estaba edificada sobre la roca y se erigía de forma escalonada en la pared del barranco de Los Dolores, desafiando las leyes de la construcción, ya que las estrechas terrazas donde se asentaba parecían incapaces de sostener semejante mansión. Desde el fondo del barranco, por el que discurría la llamada Avenida del Puente, que unía Santa Cruz con la Ermita de la Virgen de las Nieves, parecía una atalaya defensiva, ya que la construcción daba la espalda a la vía de manera que los transeúntes solo podían ver una pared blanca con una fila de ventanas con celosías en lo alto que permanecían siempre cerradas. La portada almenada que daba entrada al recinto era signo de distinción y una vez dentro había que subir en zigzag por senderos elegantemente delimitados que a través de las terrazas escalonadas te llevaban a la casa y se desviaban hacia los viñedos en diferentes niveles. 
Los labriegos no podíamos entrar en la casa de los señores y lo máximo que llegué a vislumbrar fue el patio central, con fuente de cantería y jardín. 
Mi família se había instalado unos años antes al otro lado del barranco de Los Dolores, en una pequeña casa construida aprovechando una cavidad en la altísima pared de roca, al igual que habían hecho otras familias de labriegos, de manera que frente a mi casa, al otro lado del abismo, podía ver la extraordinaria Quinta Verde dándome la espalda. 
Pronto supe que en la finca habitaba la hija del señor, ya que en una ocasión en que estaba trabajando dos terrazas más arriba de la casa, oí tocar un piano. Al preguntar, un labriego me dijo que era la hija del amo, una joven de dieciséis años que no salía jamás de casa y que por tanto, ninguno había visto. Se sabía de ella por las criadas, ya que algunas eran familia de los peones de campo. Me acostumbré a escuchar su música hacia las once de la mañana, cuando podíamos descansar un rato para comer un poco de pan con queso y me quedaba extasiado hasta que el capataz me avisaba con un grito de que había que seguir con la tarea. Empecé a imaginar a la muchacha tocando con agilidad las teclas del piano. Llegué a imaginar que tocaba para mi. Una noche, desde mi casa colgada en el barranco vislumbré una luz en una de las ventanas de la parte trasera de la casa. Me extrañó mucho porque nunca había visto señal de vida allí. Los habitantes de la casa vivían de puertas adentro y hacía el patio interior. Me pregunté si seria ella, haciéndome una señal, pero no podía ser porque ella ni siquiera conocía mi existencia. En las siguientes noches continué espiando esa luz. De día solo esperaba el momento de escucharla tocar el piano. La imaginaba a ella y a su mundo, tan diferente del mío, separados tanto literal como figuradamente por un abismo. Me enamoré de ella sin siquiera haberla visto, con un amor que se antojaba imposible por pertenecer a mundos distintos, por no tener medios para cortejarla. Pero no por eso dejé de imaginarme como sería conocerla, pasear con ella por los jardines, declararle mi amor, casarme con ella y ser felices en la Quinta Verde. Imaginé no solo eso, sino que fui más allá, sacando de la pobreza a mi familia y trayéndolos a vivir a la Quinta, salvando el abismo social. Imaginéa mis hermanos pequeños estudiando con una institutriz y jugando el patio de la fuente. 
En aquel mundo que idealizé, me realizé como persona, aún más que en aquél otro mundo de miseria en el que vivía realmente. 
Así estuve, viviendo de ensoñaciones alimentadas por este amor platónico, durante dos años. Solo vivía para oírla, para intuirla en alguna luz huidiza de alguna ventana. 
Un día, casi de repente, las notas del piano dejaron de sonar. La señorita marchó de la Quinta Verde para casarse con un marqués en la Península. Al saberlo, corrí hacía la Avenida del Puente para justo ver pasar su carruaje. Vi su rostro tras el cristal, y su mirada azul se posó por un instante en mí. Me quedé allí en medio del camino, pasmado, roto, derramé ríos de lágrimas. Mi padre acudió a mi y volví junto a él a casa, al lado del barranco que correspondía. No vi más luces en la noche en la Quinta Verde, y me juré a mi mismo que algún día iría en su busca. 
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Esta es mi contribución a los 52 retos de escritura Literup 2021. Reto 33: Relata una historia de amor platónico. 

Comentarios

  1. ¡Qué historia más bonita! Primero me ha gustado mucho la descripción que haces de la Quinta y de su entorno, que como complemento a l foto, deja imaginar muy bien el escenario. Luego has ido poco a poco presentando el amor platónico, creciendo en ontensidad renglón a renglón, hasta ese final, "desgarrador". Dejándonos con la dud de si ella encendía aquella luz, y por qué... ¡¡¡Reto conseguido!!!
    Saludos

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    1. De vacaciones en Canarias, justo delante de mi apartamento, veía cada día la Quinta Verde, la de la foto. Me fascinaba, y de ahí a inventar la historia del reto. Gracias por tus comentarios, Jose. Un abrazo

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