El extraño en la biblioteca de palacio

De joven, entré a servir como criada criada en las cocinas de palacio. Aquella noche, fascinada por la gran biblioteca del emperador, me había colado para intentar leer alguno de esos libros que me tenían hechizada. Estaba hojeando un libro de mapas del mundo exterior cuando oí ruido en la entrada. Alguien había accedido a la biblioteca. Apagué rápidamente la vela y me escondí tras una mesa. 

Desde allí vi a la emperatriz, en ropa de cama, caminar con sigilo sosteniendo un pequeño candelabro. Bajé la cabeza y cerré los ojos, asustada. Si iluminaba aquella zona tal vez me vería y me echarían. 

Al notar que la luz menguaba, me asomé de nuevo por el borde de la mesa. La emperatriz se había acercado a una ventana que daba a una sala anexa, y miraba, al otro lado, el rostro de un hombre, iluminado desde abajo por una vela con un resplandor algo azulado. Había apagado las luces del candelabro, excepto una, lo que me permitía observar su bello rostro. Permaneció junto al marco de la ventana, espiando a aquel extraño. Desde mi escondite, yo también lo veía. El hombre parecía susurrar, no podía oir lo que decía, pero la emperatriz supongo que sí, ya que estaba mucho más cerca. El sujeto permanecía con los ojos cerrados, como en trance, y ella lo miraba con ojos asustados, mano en boca, como si estuviera a punto de gritar. Era joven y hermosa y llevaba el pelo suelto y bien cepillado. No me explicaba por qué estaba allí y quién era aquel hombre. 

La emperatriz se apoyaba en la pared de madera, junto a la ventana. Parecía a punto de desfallecer. Tal vez hubiera debido acudir en su ayuda, pero descubrir mi presencia podía asustarla todavía más y por ende, la dejaría en evidencia y eso podía resultar fatal para mi empleo. Continué escondida y observándola. El hombre se movió y desapareció de mi campo de visión. El blanco del amplio camisón de la emperatriz resaltaba en mis ojos acostumbrados a la penumbra como si tuviera luz propia. Ella continuaba observando a aquel sujeto del otro lado de la ventana. 

De pronto, lanzó un grito sofocado y se desvaneció. La pequeña llama del candelabro se extinguió al caer al suelo. Acudí rápidamente a socorrerla pero no reaccionaba a mis súplicas para que despertara. Me asomé a la ventana y no vi a nadie. Sólo una vela sobre una mesa llena de libros, y sobre ella el retrato oscuro de un caballero débilmente iluminado por el resplandor. Se oyó un crujido como si hubiera alguien escondido en la estancia y me asusté mucho. Alguien se me acercó por detrás y me puso un trapo en el rostro. Olía muy fuerte y me desvanecí. 

Veinte horas después, desperté en mi alcoba. Me dijeron que me habían encontrado tendida en la biblioteca. Inmediatamente pregunté por la emperatriz. Nada oficial, pero su doncella decía que en la mañana no se encontraba en su habitación. Durante el día revisaron todas las estancias del palacio y por ahora no se sabía su paradero. Nadie la había visto salir del recinto, no faltaba ningún caballo ni calesa, ni carruaje. 

A la mañana siguiente, en cuanto me repuse, aunque con un gran dolor de cabeza, me dirigí a la biblioteca. La emperatriz seguía desaparecida, gran nerviososismo en palacio. Caminé con sigilo hasta el lugar en que la vi desvanecerse. Me asomé a la ventana. Todo en el cuarto anexo parecía en orden, excepto el cuadro en la pared. Ahí estaba el caballero, pero tras él, en la pintura, se distinguía claramente el rostro aterrado de la emperatriz observándole. Grité presa del pánico. Vinieron a socorreme, ya que todos estaban alerta, buscando a la emperatriz. No podía articular palabra, tan solo les señalé el cuadro, con la cara de la emperatriz en segundo plano. 

No apareció jamás. El misterio sigue vivo. 

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Esta es mi contribución a los 52 retos de escriptura Literup. Reto 32. Inventa un cuento en primera persona sobre alguien que observa a otra persona. Intenta que sea lo más subjetivo posible. 

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