UNA MAZORCA DE MAÍZ EN SU CENA


Se alimentaba de algo parecido a algas. Aquél niño de la guerra, permanecía sucio y escuálido junto al arroyo, rebuscando desesperadamente entre la vegetación cercana al agua. La última batalla, acaecida apenas hacía dos semanas, había dejado a Samuel huérfano de padre. La madre fue hecha prisionera. En la Guerra de la independencia americana, su caso no fue el único. Los pequeños huérfanos erraban por los bosques en busca de bayas comestibles. 

Recordaba reiteradamente los reticentes estertores del cuerpo de su padre en agonía, colgado de un árbol por los casacas rojas. Contempló aterrorizado, escondido tras una roca, cómo eran ahorcados sin piedad por los ingleses diez hombres junto a su padre, las cabezas cubiertas por capuchones.

Corrió raudo resiguiendo los riachuelos de la zona, a sabiendas de que si permanecía junto a un margen de agua, al menos no moriría de sed. En los siguientes días lloró y se acostumbró a la soledad y al hambre. Tenía mucho miedo de que lo cogieran y le hicieran lo mismo que a su padre, y pensaba constantemente en su madre, y temía por ella. A sus once años, no estaba preparado para la tragedia que se había cernido sobre su familia. 

Sus sollozos se sucedieron durante horas hasta que un indio cheroqui en busca de caza, lo oyó. Se acercó a él sigilosamente y se plantó delante de él. El indio era un muchacho de pocos años más que Samuel, el cual en cuanto lo vio, dejó de sollozar y se quedo sin aliento. 

Retrocedió arrastrándose por los rastrojos y el muchacho cheroqui avanzó, sigilosamente, con la intención de tranquilizarlo. No quería hacerle daño. Sacó de su zurrón una mazorca de maíz cocida y se la ofreció a Samuel, que sin pensarlo más extendió la mano hacia aquél manjar. 

Devoró con voracidad la vianda y agradeció con un leve asentimiento a su salvador. Tan débil estaba que no podía ni ponerse en pie. El indio lo ayudó y apoyado en él consiguió llegar hasta el poblado cheroqui. Tras deliberar durante horas, decidieron acogerlo. Lo ayudaron a asearse y le dieron comida y cobijo. 

Aprendió rápidamente la rudimentaria lengua, y se hizo un lugar entre ellos al demostrar su capacidad para la caza y la pesca. Su padre le había enseñado bien. Samuel creció entre los indios y al cabo de unos años, ejerció de mediador entre su pueblo y los ingleses, que cada vez más hostigaban a las tribus para apropiarse de sus tierras. Nunca volvió con su gente. Jamás supo qué fue de su madre, pero en un ritual del chamán tuvo una visión y la vio muerta. Su esperanza de reencontrarla se fue disipando con el tiempo. Descubrió una nueva familia, una nueva civilización, una manera diferente de entender el mundo, de respetar la naturaleza, usos y costumbres que entendió y asumió como propios. Y fue feliz. 

Una mazorca de maíz en su cena le hacía agradecer cada noche con gratitud infinita la humanidad del pueblo cheroqui y lo hacía sentir orgulloso de su pueblo. 

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Esta es mi contribución a los 52 retos de escritura Literup. Reto 28: Haz un cuento en el que en la primera frase de cada párrafo haya una aliteración.

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