VOLVERÁS A VER EL CIELO

 

Ahora sé por qué te has vuelto gris, abatida, triste. Desde que se fue, tu vida se vino abajo. En la oficina no sabíamos que tenías una relación seria con alguien. En los veinte años que compartimos despacho ocho horas al día, protegiste tu intimidad sin contar apenas nada de tu vida privada. No obstante, se te veía feliz, siempre amable, cuidando el buen trato, ayudando en todo lo que podías. A menudo reíamos juntas, haciendo más llevadero el tedioso trabajo administrativo. Pero ese buen carácter se esfumó de pronto. 

Un día, llamaste diciendo que no te encontrabas bien. Te pediste una baja de una semana sin decirnos exactamente qué tenías. Cuando volviste, parecías otra. Demacrada, apagada, con esa rojez en los ojos que indicaba claramente que habías pasado la noche llorando. Desapareció la sonrisa de tu rostro, casi ni respondías a nuestros intentos de establecer diálogo. Me preocupé mucho por ti, porque no entendía qué podía haberte ocurrido y sobre todo, por qué no lo contabas. 

Anteayer, saliendo del trabajo, me dirigí al centro a hacer unas compras. Vi a tu madre mirando un escaparate y me acerqué a saludarla. La conocí una vez que os encontré por la calle y me la presentaste. Me sorprendió el extraordinario parecido que guardais. De entrada no me reconoció, pero cuando le dije que era una compañera tuya del trabajo, cayó en la cuenta y me saludó con mucha amabilidad. 

No quise preocuparla, pero le comenté que últimamente se te veía, dije, cansada, en un intento de dar con una palabra que definiera tu estado sin alarmarla. Su rostro se ensombreció y amablemente puso fin a la conversación con la excusa de que era tarde. Era evidente que algo pasaba.

Ayer, cuando llegué a la oficina, te conté que me había encontrado a tu madre. Ya lo sabías. Al final de la jornada de trabajo fichamos juntas y en la puerta me propusiste tomar un café. Sorprendida, acepté. En la cafetería tuve la oportunidad de decirte lo muy preocupada que me tenías. De hecho, me habías llevado allí para contarme lo que te había sucedido. Amabas a un hombre desde hacía diez años, un hombre casado con el que sólo podías mantener una relación clandestina. Aún así, te hacía feliz. Le querías con amor profundo e incondicional, y él a ti. Y de pronto, la muerte te arrancó de cuajo lo que daba sentido a tu vida. Un terrible accidente de moto acabó con su vida, y en cierto sentido con la tuya, casi en el acto. No pudiste llorarlo abiertamente, ni siquiera asistir al funeral por no perturbar a su familia. que se enteró de tu inesperada existencia al remover en sus pertenencias. No pudiste compartir tu duelo más que con tu madre, que sufría por ti, y ahora conmigo, porque viste que realmente estaba preocupada por ti.

Yo no he sufrido jamás una pérdida comparable, pero empaticé con tu pena al instante. Te di un abrazo en un intento de consuelo y rompiste en llanto. La mesa estaba lo suficientamente apartada y la cafetería lo bastante vacía como para mantenernos en un estado de recogimiento. Te reconforté como pude y mis ojos se anegaron sintiendo tu propio pesar. Y sí, ahora sé por qué estás así. La pena te aplasta y no te deja levantar cabeza. 

Pero esto pasará, poco a poco lo dejarás partir en paz. Guardarás su recuerdo con amor y continuarás viviendo, porque la vida hay que vivirla. Volverás a descubrir la belleza en las pequeñas cosas, en un rayo de sol sobre un objeto cotidiano o entre las hojas de los árboles, en el canto de los pájaros en primavera, en el olor del mar y de las flores. Buscaré ayuda contigo, estaré a tu lado para darte ánimos y te echaré una mano para salir de este profundo y oscuro pozo en el que te encuentras. Y con el tiempo, volverás a ver el cielo como si de la primera vez se tratara. 

_____________________

Esta es mi contribución a los 52 retos de escritura Literup. Reto 25: Escribe un cuento en el que tu protagonista vea el cielo por primera vez.

Comentarios