El sonido de alerta del teléfono me indicó que había recibido un mensaje. Desde que empecé a estudiar Diseño gráfico en la universidad había estado muy centrada en los estudios, dibujando a todas horas e intentando aprender y mejorar día a día. Mi dislexia, diagnosticada desde pequeña, no me había arredrado en absoluto, aunque en todo momento fui consciente de las dificultades que enfrentaría si decidía continuar mis estudios. Y aún así, decidí perseguir mi sueño.
El mensaje era de Miguel, mi novio desde hacía apenas un año. Todavía no vivíamos juntos, pero a menudo se quedaba a dormir en mi apartamento. Siempre utilizaba los mensajes de voz, porque para mí siempre ha sido más sencillo escuchar que leer, por mi dislexia. Decía: ¿Vengo a buscarte esta noche?
Era viernes y me merecía salir con Miguel después de largas jornadas de trabajo durante toda la semana para presentar las tareas de final de carrera. Así que le respondí que sí y quedamos que pasaría por casa hacia las ocho y saldríamos a cenar.
Hacia las siete empecé a arreglarme, una buena ducha, secador para el pelo, algo de maquillaje, y el vestido rojo que tanto le gustaba a Miguel. Llegó puntual, bien arreglado y de muy buen humor. Me besó efusivamente al cruzar el umbral. Enseguida supe que estaba muy emocionado porque le habían concedido una beca para continuar sus estudios de arte en Florencia. Me alegré mucho por él y ya por el camino al restaurante hicimos planes para visitarle por lo menos un fin de semana al mes. Florencia me parecía un destino de lo más interesante a nivel artístico y cultural, además de ser una ciudad de gran belleza y por supuesto, me parecía de lo más romántica la perspectiva de encontrarnos allí.
Durante toda la cena mantuvimos un tono jovial y lleno de emoción por el futuro. Volviendo a casa, dimos un gran rodeo para disfrutar de un paseo junto al mar. Era una noche de principios de junio perfecta. Nos sentamos en la playa, frente al mar, contemplando la luna llena. El resto de la noche no desmereció ese momento, se quedó a dormir en casa y todo resultó mágico.
Al día siguiente me levanté temprano y dibujé un diseño inspirado en la luna llena sobre el mar en el anochecer, en tinta china con pincel muy fino, con delicados trazos.
Cuando despertó, antes de irse, le regalé el dibujo. Le gustó mucho y lo guardó con cuidado en una carpeta que le di para que lo llevara sin dañarlo. Me besó emocionado y se fue. Los sábados jugaba a baloncesto con un grupo de amigos y no podía faltar.
Durante el mes de julio buscó alojamiento en Florencia e hizo los preparativos para instalarse allí cuanto antes. Aunque el curso no empezara hasta septiembre, quería disfrutar del verano en Italia y acostumbrarse a su nuevo modo de vida.
Le acompañé en agosto, un par de semanas, y le ayudé a instalarse en un pequeño apartamento que de momento, mientras se establecía y buscaba un trabajo para compaginar con los estudios, pagarían sus padres. Fueron unos días maravillosos.
Aunque volví a Barcelona, seguimos en contacto llamándonos casi a diario. Fue en diciembre cuando recibí un mensaje suyo, de voz, como siempre. Muy animado, parecía caminar por una calle transitada mientras me contaba que había conseguido un buen empleo y me proponía que fuera a vivir con él. De pronto, sonó un frenazo y un estruendo. Luego, silencio. Intenté contactar con él una y otra vez, pero no hubo manera. Llamé a sus padres, que intentaron tranquilizarme, pero inevitablemente les transmití mi angustia, porque tras comprobar que era imposible contactar con Miguel, empezaron a llamar a los hospitales de Florencia, incluso a la policía. En un par de horas, recibieron confirmación de que Miguel había ingresado en el hospital Santa María Nuova, ya cadáver. Lo atropelló un camión mientras cruzaba la calle hablando por teléfono. Un descuido que resultó mortal.
Enseguida me llamó su padre, conmocionado para darme la noticia. Me derrumbé. Mis padres me llevaron inmediatamente con la familia de Miguel y juntos lloramos su pérdida, desconsolados. Aún así, sin pérdida de tiempo, el padre de Miguel compró los billetes para salir para Florencia esa misma noche. Fui con ellos. Tras el reconocimiento del cadáver en el depósito, su madre y yo nos trasladamos en taxi hasta el apartamento de Miguel, mientras su padre se ocupaba de los trámites con la policía y la funeraria. Destrozadas, cruzamos el umbral de lo que había sido la casa de Miguel los últimos meses. Todas sus cosas nos rodeaban. El pequeño apartamento tan sólo tenía un salón-comedor, una habitación y un baño. Al entrar en el salón-comedor, a punto estuve de desvanecerme. En la pared, frente a la puerta, una gran lámina reproducía el dibujo que le hice en tinta china aquella noche de junio que acabamos en la playa tras salir a cenar. Sin duda, me tenía preparada esta sorpresa para mi próxima visita, quizá la definitiva si hubiera aceptado vivir con él, allí. Y, sin duda, hubiera aceptado.
Han pasado nueve años y sigo sobresaltándome cada vez que recibo un mensaje, y sigo pensando que tal vez, si no hubiera adoptado la costumbre de mandar mensajes de voz por mi dislexia, se habría detenido a escribir el mensaje y tras enviarlo hubiera cruzado con seguridad la calle.
_____________________
Esta es mi contribución a los 52 retos de escritura Literup . Reto 23: Crea una historia en la que aparezca una artista gráfica.
¡Hola! Hace tiempo que no me pasaba a leerte. Me ha gustado el relato. Sobre todo ese cmbio de ritmo. El pausado, tranquilo, cálido del principio, frente al nerviosismo, incertidumbre y desconcierto de la segunda mitad. Y ese final... Cuando se nos va una persona querida, la culpa siempre nos asalta , nos acompaña por un tiempo. Aunque, 9 años tal vez sean muchos. El duelo a veces es difícil de pasar. Creo que está bien cumplido el reto.
ResponderEliminarSaludos
Hola de nuevo, Jose! Tienes razón, creo que me ha pasado, nueve años es mucho tiempo. Un abrazo!
Eliminar