Tampoco es que estuviéramos hablando de nada muy original, pero de pronto, mi amigo Frank y yo empezamos a hablar en tono bajito. Frank había pasado por casa a media tarde, como solía hacer los domingos. Le ofrecí café y nos sentamos en el porche a comentar cualquier noticia del pueblo, mientras contemplábamos los campos de maíz en los maravillosos tonos del atardecer. Frank me contaba los resultados de la liga escolar en la que jugaban sus hijos, cuando sin darnos apenas cuenta todo se detuvo. Ni una brizna de aire, en el cielo una densa y compacta nube oscura se formó amenazadora sobre nosotros. Los perros se acurrucaron a nuestros pies, lanzando temerosos un casi inaudible aullido. Desapareció todo rastro de aves en el cielo y tampoco se escuchaba piar alguno.
—Está pasando algo extraño—, susurré interrumpiendo a Frank.
—Sí...—, afirmó, mirando fijamente a los campos.
De pronto, de entre las nubes descendió una especie de enorme tubo traslúcido cayendo en vertical sobre los campos de maíz, a aproximadamente un quilómetro ante nosotros.
—¿Qué diablos es eso?—, susurró, asustado Frank.
Los dos nos levantamos intentando encontrar una explicación racional a ese fenómeno. Sin ninguna duda, en el interior del tubo había movimiento, como si estuvieran arrojando grandes objetos a través de él, ¿o tal vez eran criaturas?
Los perros gruñían por lo bajo. Entramos en casa rápidamente y continuamos observando a través de la ventana.
—¿Qué está pasando?—, decía Frank, a lo que yo era incapaz de responder, ni siquiera era capaz de articular sonido alguno.
El cielo se oscureció aún más y en la gran nube se distinguieron puntos de luz equidistantes dibujando una enorme circunferencia alrededor del tubo que nos tenía hipnotizados.
De pronto, la ausencia de sonido se tornó en un pitido muy agudo que nos obligó a taparnos los oídos. Una luz cegadora estalló en el cielo, como un relàmpago y en el acto los cristales de las ventanas saltaron en mil pedazos. A penas nos dio tiempo a protegernos la cara con los brazos. Pequeños cristales se clavaron en nuestro cuerpo ensangrentándonos. Ayudé a Frank a incorporarse y lo tumbé en el sofá. Algo había sacudido la casa y todo estaba patas arriba.
Revisé sus heridas, no eran graves. Las mías tampoco lo parecían. Retiré los cristales adheridos a mi cuerpo, sobretodo a mi brazo, con el que me había protegido la cara durante la explosión. Lo mismo hice con Frank.
Volví a la ventana. La oscuridad era casi absoluta. No se veía el tubo, pero permanecían las luces dispuestas en círculo de manera regular ahí arriba. Una sombra apareció entre la primera línea de matas de maíz. Una silueta negra como el azabache y de rostro blanquísimo, un rostro no humano cubierto con una especie de escafandra trasparente que no parecía compacta, sino más bien era como una burbuja, cambiando de forma con el movimiento.
—Frank, ahí hay algo....
Frank se acercó, muy asustado.
De entre el maíz, surgieron más siluetas como la anterior, muchas. Se acercaban a la casa, en línea. No había escapatoria.
Frank, enloquecido, salió al exterior. No pude detenerle. Alzó las manos en señal de rendición, suplicándoles que no le hicieran daño. De la escafandra de uno de ellos salió un rayo de luz azulada dirigido a Frank, lo cubrió de luz y alzándolo del suelo, quedó suspendido en posición vertical unos cinco metros por encima del suelo. Parecía inconsciente, o tal vez muerto.
Me encondí en el trastero. Los perros seguían bajo la mesa, aullando asustados.
Esperé ahí temblando. Era obvio que me encontrarían, era cuestión de segundos. Pasaron horas, no se oía nada, pero era incapaz de salir de allí. Tenía el móvil en el comedor y por lo tanto no podía hacer ninguna llamada. Mi reloj digital se iluminaba para poder ver la hora en la oscuridad, pero pronto me di cuenta de que se había parado.
Continué allí, escondido y muerto de miedo hasta que por debajo de la puerta pude distinguir la luz del sol. Había amanecido. Muy despacio, sin hacer el más mínimo ruido, entreabrí la puerta. El espectáculo era desolador. Todo por el suelo. Salí despacio. Me asomé al comedor. Los perros no estaban. Me asomé a la destrozada ventana. Allá a lo lejos, donde vimos descender el tubo traslúcido, se dibujaba un enorme círculo en el campo de maíz, todo el interior chamuscado. Ni rastro de Frank.
Agarré el móvil y llamé a la policía. Pronto estuvieron ahí. De esto hace ya diez años. Todavía no han encontrado una explicación. Jamás se supo qué fue de Frank. No se encontró su cuerpo, tampoco los de los perros. Todavía hoy me pregunto por qué no fueron a por mí, y desde luego, por toda mi vida temeré que vuelvan para llevarme.
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Esta es mi contribución a lso 52 retos de escritura Literup 2021. Reto 21: Haz un cuento de ciencia ficción rural.
Guauuuu! Un relato que encajaría total en un episodio de "Expediente X", hace mucho lo echaban por la tele. ¿Lo conoces?. Veo que este año has cogido la carrerilla y estás siguiendo el reto literup regularmente. Ánimo, se lo dificil que es, al menos a mí me lo pareció, hacer un relato semanal pautado. Te saca de tu zona de confort semana tras semana. Pero cuando lo acabas y los relees, ves que ha merecido la pena.
ResponderEliminarMe volveré a pasar otro día.
Saludos
Gracias, Jose, ahí sigo con el reto! Por ahora voy haciendo. Un abrazo!
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