En un mundo paralelo

 

El tránsito interplanar fue tan rápido como de costumbre. Hacía casi un año que descubrí aquella extraña puerta en el muro del fondo del jardín. Hacía cincuenta años que vivía allí y nunca había visto aquella pequeña puerta de arco conopial incrustada en el muro de piedra del fondo del jardín. Completamente cubierta de hiedra, tuve que fijarme mucho para distinguir la madera desgastada, la cerradura de hierro forjado. Al empujarla hacia afuera, el otro lado, oscuro y misterioso, me atrajo inevitablemente. Traspasé el umbral, un fuerte viento me succionó y caí. Al levantarme vi un jardín similar al mío, con una casa al fondo parecida a la mía. Volví la mirada hacia la puerta por donde había entrado: estaba cerrada. Avancé dubitativa. Todo parecía igual, pero diferente. Mi misma casa,  pero pintada de color crema, mientras que la mía era de color azul. Los árboles eran de especies distintas, así como la vegetación. Hacía frío, mientras que al otro lado era verano. Me asusté y volví a la puerta del muro, cedió de nuevo fácilmente, la crucé y volví a casa. Aquél fenómeno inexplicable para mi, me aterraba y me atraía a un tiempo. No dije nada a mi familia. No quería que pensaran que esta anciana de setenta años deliraba. 

Volví a cruzar varias veces más en los siguientes meses, cuando mi hija y mi marido no estaban en casa.  Era obvio que estaba viajando a otra dimensión, a otro mundo paralelo al mío. Allí, el color del cielo era ligeramente rosado i el aire olía a canela en flor. En la casa vivía una anciana, parecida a mi, pero más delgada. La espiaba oculta entre la espesa vegetación, siempre a tiempo de correr de nuevo hacia el muro y cruzar al otro lado si por azar fuera descubierta. Vivía allí con su marido, parecido al mío, pero un poco más calvo, con una hija, como la mía, pero de pelo rubio. Parecía tan buena chica como mi hija Paula, siempre hacendosa. Los trataba con mucho cariño. 

A veces mi otro yo giraba la cabeza súbitamente hacia la parte del jardín donde me escondía para espiarles. Observaba fijamente pero nunca pareció verme. Por fortuna, le debía fallar un poco la vista, como a mi. 

Hoy volví a cruzar. La tarde en el otro lado era fría, gris, triste. Estaban todos dentro. De hecho, creí distinguir a través del ventanal del salón otras gentes, como si hubiera una celebración. Me acerqué con sigilo a los setos bajo la cristalera y me asomé con cautela. Aquellos invitados vestían de negro, algunos lloraban, otros rodeaban al marido de mi otro yo, dándole abrazos y estrechando sus manos. Busqué con la mirada a la hija. Ahí estaba, al fondo del salón, junto a un ataúd... De pronto comprendí, me paralicé conmocionada, y regresé a la puerta del jardín, a la carrera, casi desesperada. Quería huir de allí. 

Crucé el umbral y, como siempre, el fuerte viento me succionó y caí. En mi mundo era primavera. Apenas hacía unos días que había florecido el árbol del amor que mi marido plantó para mi cuando nos instalamos en esa maravillosa casa.  Esto fue lo último que vi antes de morir.

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Esta es mi contribución a los 52 retos de escritura Literup para 2021. Reto 15: Haz que tu cuento acabe con "Esto fue lo último que vi antes de morir".

Comentarios

  1. Vaya giro le has dado a la historia. Imaginas que realmente existieran mundos paralelos, con vidas similares que se desarrollan simétricamente. ¡Qué sensación tan intensa debeser saber que llegó el momento! Me ha gustado tu historia. Buena aportación al reto.
    Saludos.

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