LAURA

Hacía escasamente un mes que me había instalado en Barcelona para estudiar medicina. La vida frenética de la ciudad aún me intimidaba, tan diferente de la tranquilidad de mi pueblo, donde había vivido desde que nací. Me costaba orientarme en las calles del Ensanche, todas me parecían iguales. Temía llegar tarde a los sitios a los que acudía por primera vez, por miedo a perderme. Los compañeros de la residencia de estudiantes se reían, pero eran buena gente. Les parecía algo extraño, sin duda, por mi acento del interior y por mi torpeza en desenvolverme en el medio urbano, pero estaban pendientes de mí y me ayudaban en todo. Gracias a ellos empecé a conocer la ciudad, de día y de noche. Sobre todo de noche.

Una noche me llevaron a un bar nocturno del Born, con barra, mesas y pista de baile. La música en estos locales siempre me ha parecido demasiado alta, hay que gritar per ser oído, y eso no me agrada. Me sirvieron enseguida una copa, aunque ni siquiera la había pedido. Creo que fue mi amigo Gerard quien se encargó de pedir por mí. 

Por el camino me lo advirtieron: no debía bailar con una tal Laura bajo ninguna circunstancia, aunque se me insinuara con descaro y por mucho que me atrajera, no debía aceptarle una copa ni por supuesto ir con ella a ninguna parte. Decían que era la mujer más sensual que jamás habían visto. Grandes ojos, figura de escándalo y una leyenda negra tras ella. Se decía que era una devoradora de hombres, insaciable y peligrosa. 

Tras la tercera copa, me arrastraron a la pista de baile. La música sonaba a todo volumen, las luces de colores se deslizaban por el oscuro local al ritmo de la percusión. Me movía imitando los movimientos de mis amigos, que intentaban acercarse a las chicas que bailaban en la pista para intentar conocerlas y quién sabe si algo más. 

De pronto, me fijé en una hermosa chica que bailaba sola. No me quitaba ojo de encima. Parecía un animal enjaulado a punto de saltar.  Mientras todos bailaban a mi alrededor, yo me quedé paralizado, sin poder apartar mis ojos de ella, que lentamente se acercaba a mi entre la multitud que abarrotaba la pista de baile, sin dejar de moverse de manera muy sensual.

Bailó junto a mi sin apartar ni un momento su mirada de mis ojos. Acercó su boca a mi oído y me dijo: —Ven. Tomó mi mano y la seguí, hipnotizado. Me llevó hasta el pasillo de los lavabos. Abrió una puerta con un cartel que decía privado. Parecía un pequeño almacén con cajas de cerveza vacías, barriles de bebida, utensilios de limpieza... Me arrinconó contra una estantería y se pegó a mi cuerpo, besándome. Me dejé llevar por una oleada de deseo. Entre gemidos, oí claramente que decía: —Me llamo Laura...

Mi visión se enturbió en ese momento, y una especie de dolor sordo, como un fogonazo, me golpeó desde dentro. Caí inconsciente. 

Cuando recobré el sentido, me hallaba en una habitación de hospital. Gerard, sentado junto a mí, me llamaba. —¿Qué ha pasado?— pregunté. 

—¡De buena te has librado! ¡Te dije que no te acercaras a esa tal Laura, y a la que me descuido...! ¡Te golpeó en la nuca y casi te mata! Cuando desapareciste de la pista te busqué por si acaso y di contigo en ese almacén. Justo cuando entré, ella se escabulló por un ventanuco que daba a la calle. Sin duda, hubiera acabado contigo de no haber sido por mi. 

En cuanto me dieron el alta, me vestí. Al ponerme el pantalón, metí la mano en el bolsillo y saqué un papel. Al desdoblarlo leí: Mantis, y un número de teléfono. No pude evitarlo, y llamé. 

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Esta es mi contribución a los 52 retos de escritura Literup. Reto 9:  Haz una historia en la que la antagonista sea una mantis religiosa.

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