Estela y Gerardo


Mientras caminaba temprano hacia la oficina, pensaba en la suerte que había tenido de encontrar un trabajo en aquella empresa de diseño de interiores. El trabajo creativo ofrecía retos constantes a los que hacer frente en equipo. Estaba aprendiendo muchísimo de los compañeros y compañeras veteranos, todos ellos jóvenes, de entre veinticinco y treinta y cinco años. El jefe también era muy joven, apenas rozando los cuarenta. Tal vez por eso su manera de organizar el trabajo era tan dinámica y divertida. Pese a que debíamos trabajar ocho horas al día y las que se requirieran de más si había que entregar trabajo urgente, durante el día podíamos hacer uso de zonas de descanso con café, cesta de baloncesto y bicicletas estáticas. Decía que estaba comprobado que parar de vez en cuando para distraer la mente propiciaba la generación de nuevas ideas y conexiones originales. 

Aquél día era Carnaval y el jefe había propuesto que todo el mundo acudiera al trabajo disfrazado. —¡A ver esa originalidad!— había dicho. La idea se acogió con entusiasmo y más de uno dedicó su tiempo a pensar un disfraz verdaderamente original para impresionar al jefe y de paso causar admiración entre los compañeros.

Llegué pronto a la oficina, intencionadamente, para meterme en el baño y cambiarme. Mi disfraz era sencillo, pero los que fueran llegando tendrían que adivinar quién estaba debajo de esa gran cabeza de caballo. Por supuesto, el resto del cuerpo iba cubierto por el resto del disfraz, una especie de mono de cuerpo entero ancho, acolchado y de peluche, con el que no era posible distinguir si uno era hombre o mujer. Así que se lo iba a poner bastante difícil, porque no pensaba abrir la boca hasta que alguien descubriera quién era. 

Al poco de haberme caracterizado, oí que alguien más entraba en la oficina. Salí del baño y en la sala de trabajo sorprendí a alguien disfrazado de vaca. Se sobresaltó, porque no esperaba encontrar a nadie tan temprano. Quien fuera había llegado vestido así de casa. Decididamente, aquella gente no tenía ningún tipo de vergüenza... Su respingo me hizo reír a carcajadas, y él también estalló en risas. Eso nos delató, ya que la risa de Gerardo era inconfundible y la mía, por lo visto, también, pues me reconoció enseguida. Decidimos que, ya que faltaba apenas un cuarto de hora para las ocho y media, que era la hora habitual de llegada al trabajo, esperaríamos a los demás ante la puerta, para recibirlos con relinchos y mugidos. Sólo de pensarlo, ya nos reíamos. 

A los pocos minutos, la puerta se abrió. Ahí estaban tres o cuatro personas que llegaban al trabajo. Gerardo y yo pusimos en marcha nuestro plan, lanzando mugidos y relinchos a diestro y siniestro por todo el vestíbulo. La cara de los compañeros era un poema, los ojos como platos, retrocedieron rápidamente hacia el rellano, parecían realmente espantados y muy sorprendidos.  Se lanzaron escaleras abajo gritando. Gerardo y yo, muriéndonos de risa, nos detuvimos. —¡Qué calor da este traje!—le dije, intentando liberar la cabeza de caballo afelpada de mi cuello. No podía. De hecho me era imposible mantenerme sobre mis piernas. Necesitaba apoyar los brazos en el suelo para sostenerme. Miré a Gerardo. Se había convertido en una auténtica vaca. El cencerro que llevaba al cuello sonaba cada vez que daba un paso adelante con sus patas. Relinché de nuevo, porque no podía articular palabra, tan solo emitir ese sonido agudo al modo de los equinos. Gerardo y yo nos miramos. No podía creer que estuviera pasando algo así. No cabíamos por la puerta, así que ni siquiera podíamos salir de la oficina. Había que esperar. Al cabo de un rato, apareció la policía en la puerta. No daban crédito. Delante de nosotros llamaron al zoológico. Vendrían a por nosotros. Llegaron cuatro personas con chaleco del Zoo de Barcelona. Se acercaron con cautela a nosotros y nos inocularon algo. A los pocos segundos caímos al suelo, aletargados. Sólo sé que desperté disfrazada de caballo en una cuadra de la guardia urbana, creo. Me quité la cabeza del disfraz y huí de allí. Me dirigí a casa corriendo. Llamé a Gerardo, pero no respondió al teléfono. Era de madrugada. Así que me aseé y a las ocho salí en dirección a la oficina. Allí todos estaban comentando lo extraño que había resultado encontrarse el día anterior con un caballo y una vaca en la oficina y cómo se los habían llevado los del Zoo, sacándolos con una grúa por el gran ventanal del vestíbulo. Gerardo también estaba allí, serio y callado. Nos miramos. —¡Lo que os perdísteis, Estela y Gerardo, lo que os perdísteis!— no paraban de decir los compañeros, con caras de incredulidad, intentando hacer cábalas sobre cómo habían llegado allí aquellos animales. 

El jefe nos miró y nos dijo: —¿Por cierto, por qué ayer no vinísteis a trabajar?

______

Esta es mi contribución a los 52 retos de escritura Literup. Reto 8: Tus protagonistas estaban en una fiesta de Carnaval y de pronto se han convertido en sus disfraces. ¡A ver esa originalidad! 


Comentarios