Viajes astrales

Encontrar la armonía en el trabajo no es nada simple. Hay una montaña de expectativas, de fechas de entrega y de tareas que no deja de crecer. Mis largas jornadas en la oficina terminaban cuando el día oscurecía. Entonces, guardaba cuidadosamente los informes y documentos, apagaba el ordenador y giraba la silla rotatoria hacia el gran ventanal que en horario laboral permanecía a mi espalda. La vista desde mi despacho individual en el piso 90 de un rascacielos de New York era extraordinaria. Los colores anaranjados y dorados del atardecer reflejados en las nubes del cielo y en los altos edificios acristalados de la ciudad, me regalaban el más brillante de los espectáculos. Cuando ya todos marchaban, apagaba las luces para disfrutar durante un rato más de la belleza del momento. 

Con el tiempo, incorporé a mi rutina la práctica de la meditación. Después de contemplar durante un buen rato los colores del cielo y de la ciudad, cerraba los ojos, en postura meditativa, con la espalda recta, las manos apoyadas en el regazo, eliminando las tensiones del día. Cuando volvía a abrir los ojos, los colores eran más nítidos y puros, más bellos e impresionantes que nunca. 

Aquel día debí permanecer en estado de meditación mucho más tiempo del acostumbrado, porque al abrir los ojos había oscurecido completamente. En el cielo distinguí las luces de las estrellas, amortiguadas por las de la ciudad. Ahí se dirigió mi atención, a las estrellas. No sabía sus nombres, pero me hablaban. 

De pronto me imaginé viajando hacia ellas, tal vez en una nave. Alejándome de mis preocupaciones laborales y personales. Una huída para no regresar jamás a una vida que no me aportaba nada. 

En mi ensoñación, me iba acercando a un exoplaneta en otra galaxia. Un lugar con atmósfera, parecido a la Tierra, pero sin señal de civilización, vegetación extraña pero muy bella, ofreciendo frutas desconocidas que tomaba con la completa seguridad de que no eran dañinas, arroyos de agua limpia y pura. El cielo en tonos cálidos, recordaba los atardeceres en la Tierra, pero todo era mucho más tranquilo, inspiraba paz. Era tal real... Notaba el suelo bajo mis zapatos, sacié mi sed con aquél agua cristalina y fresca. Me dormí en una loma cubierta de una especie de césped, contemplando desde lo alto el espectáculo. 

Al despertar, volvía a estar en la oficina, a altas horas de la noche. Me sentía en paz. Tenía unas enormes ganas de volver a ese lugar, del que desconocía el nombre. Pero al menos, sabía cómo llegar. Cada tarde, repetí el ritual. El viaje astral hacía ese planeta, más allá de la galaxia. Con el paso de los días fui perfeccionando la visualización, disfrutando el viaje, pasando junto a estrellas y planetas que fui descubriendo. 

Los empleados rezagados respetaban mis momentos de silencio y meditación. Mi asistente me había sorprendido más de una vez en esta posición, cuando abría la puerta para despedirse al final de la larga jornada, pero en su discreción, cerraba de nuevo la puerta y salía sin interrumpir.

Una noche viaje hacía ese lugar sin nombre. Permanecí en la colina, en estado de contemplación. Una estrella muy brillante apareció en el horizonte. A mi mente llegaron palabras que parecían inconexas pero que fueron tomando sentido: la vida es corta, rompe las reglas, ama de verdad, ríe, sonríe... supe que no debía volver a mi oficina. 

Al día siguiente, mi asistente llegó al trabajo, abrió la puerta de mi despacho, vio mi abrigo en el perchero, mi maletín sobre la mesa auxiliar, pero mi silla... mi silla vacía, orientada hacia el ventanal. No volví. Rehice mi vida. Me instalé cerca de la naturaleza, conocí a gente nueva y me dediqué a un trabajo que me apetecía y me llenaba. Y mis viajes a las estrellas continuaron, enriqueciéndome cada vez más y abriéndome puertas que me hacían ser mejor persona.

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Esta es mi contribución al Reto Literup 2021. Reto 1: Inventa un cuento que suceda en las estrellas.

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