Creo que finalmente, junto a mi abuela, que me abrazaba, me dormí, bien entrada la noche. Desperté al alba, al oír el timbre del teléfono. Los pasos de mi abuela resonaron en el pasillo. Descolgó el teléfono. Abrí los ojos y apreté los labios, las lágrimas ya aflorando en mis ojos. Oí a la abuela sollozar, hablaba bajo, seguramente con mi madre. Mi padre era su yerno, pero lo quería como a un hijo. Colgó el teléfono y esperé. No vino a mi habitación. Se tomó su tiempo. Caminó hasta el comedor y se sentó en el sofá. Podía oír su llanto perfectamente. Me levanté despacio y caminé como sonámbula hasta ella. Me senté a su lado y nos abrazamos, rotas. Entre sollozos, me secó las lágrimas y me dijo que papá se había ido al cielo.
Sobre la mesa, las copas para los Reyes Magos y en el suelo un cuenco con agua para los camellos. Intactos. La abuela había seguido el ritual conmigo después de cenar, para distraerme y mantener viva la ilusión por la llegada de los Reyes. Intactos. Los Reyes no han venido, pensé. ¡Qué amargura!
La abuela, entonces, viendo mi mirada vacía, decepcionada, perdida, se secó las lágrimas y reaccionó: —Papá descansa, Maria, pero los Reyes no. Aunque no se han bebido la sidra de las copas, creo que te han dejado unos regalos en el balcón. Ven.
Me cogió de la mano y tiró de mi hasta el balcón. Había varios regalos envueltos en papeles llamativos. Los entramos al comedor. La ilusión resurgió en mi, mezclada con una infinita pena. Otros años, papá, mamá y mis hermanos estaban preparados y pendientes de mi reacción ante las sorpresas que habían dejado los Reyes en casa. Este año no, pero la abuela, con todo su amor, me arropó y me ayudó a recuperar la magia, por unos momentos. Abrí los regalos: cuentos, unos patines y el tocador de la Señorita Pepis. Finales de los 70. Me miré al espejo del tocador. Vi a una niña marchita y, detrás, el reflejo de mi abuela, esforzándose por sonreír, abrazándome. Mis ojos rompieron en una cascada de lágrimas, y a través de ellas me pareció que en el espejo se reflejaba también la imagen de mi padre, sonriendo, mandándome todo su cariño y despidiéndose de mi. Le vi tranquilo, sereno, liberado del sufrimiento físico en que lo había sumido la enfermedad.
Desapareció en unos instantes, pero sentí una paz interior absoluta. La despedida de papá había sido el regalo mágico de mis Reyes. Abracé a la abuela y sonreímos las dos.
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Esta es mi aportación a los 52 retos de escritura para el 2020, de Literup.
RETO 2. Escribe un relato que ocurra el día de Reyes
Se me ha puesto la carne de gallina con el reflejo del espejo. Me ha traído tristes recuerdos de cuando mi padre, demasiado pronto para mí, se fue dejándome con un torrente de lágrimas en los ojos y el corazón roto. Me ha gustado tu relato. Yo también participo en le reto.
ResponderEliminarSi quieres, nos leemos.
Gracias Jose, es alentador saber que alguien "te lee". Buscaré tus relatos en el reto. Por cierto, no puede mantenerlo más allá de la séptima semana...
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