NOCHE DE REYES 1979


Ocurrió el día de Reyes, cuando los sueños de los niños se cumplen. Agitación en la casa, no por la llegada de los magos, que al fin y al cabo son imaginarios, sino por la partida del auténtico Rey mago de mi vida: mi padre. La noche de Reyes, a mis ocho años, la pasé en casa, con mi abuela, sin poder pegar ojo. En el hospital, mi padre agonizaba. Mi madre y hermanos mayores estaban con él. Mi abuela me leyó un cuento junto a la cama. Triste y preocupada. ¿Cómo aceptar que alguien muriera tan joven? Papá tenía 55 años. Hacía meses le diagnosticaron un cáncer de colon. Operaciones, quimioterapia... pero de nada sirvió. Metástasis, hospitalización y espera. Le había visitado a diario desde que ingresó hacía ya tres meses. Cada día más débil, más delgado, menguaba su vitalidad y su vida. No perdió el ánimo ni el buen humor, al menos cuando yo estaba, pero sufría, enormemente, al ser consciente de lo que estaba dejando: su mujer, sus hijos, todavía jóvenes y niños. ¿Qué pasaría cuando ya no estuviera?
Creo que finalmente, junto a mi abuela, que me abrazaba, me dormí, bien entrada la noche. Desperté al alba, al oír el timbre del teléfono. Los pasos de mi abuela resonaron en el pasillo. Descolgó el teléfono. Abrí los ojos y apreté los labios, las lágrimas ya aflorando en mis ojos. Oí a la abuela sollozar, hablaba bajo, seguramente con mi madre. Mi padre era su yerno, pero lo quería como a un hijo. Colgó el teléfono y esperé. No vino a mi habitación. Se tomó su tiempo. Caminó hasta el comedor y se sentó en el sofá. Podía oír su llanto perfectamente. Me levanté despacio y caminé como sonámbula hasta ella. Me senté a su lado y nos abrazamos, rotas. Entre sollozos, me secó las lágrimas y me dijo que papá se había ido al cielo.
Sobre la mesa, las copas para los Reyes Magos y en el suelo un cuenco con agua para los camellos. Intactos. La abuela había seguido el ritual conmigo después de cenar, para distraerme y mantener viva la ilusión por la llegada de los Reyes. Intactos. Los Reyes no han venido, pensé. ¡Qué amargura!
La abuela, entonces, viendo mi mirada vacía, decepcionada, perdida, se secó las lágrimas y reaccionó: —Papá descansa, Maria, pero los Reyes no. Aunque no se han bebido la sidra de las copas, creo que te han dejado unos regalos en el balcón. Ven.
Me cogió de la mano y tiró de mi hasta el balcón. Había varios regalos envueltos en papeles llamativos. Los entramos al comedor. La ilusión resurgió en mi, mezclada con una infinita pena. Otros años, papá, mamá y mis hermanos estaban preparados y pendientes de mi reacción ante las sorpresas que habían dejado los Reyes en casa. Este año no, pero la abuela, con todo su amor, me arropó y me ayudó a recuperar la magia, por unos momentos. Abrí los regalos: cuentos, unos patines y el tocador de la Señorita Pepis. Finales de los 70. Me miré al espejo del tocador. Vi a una niña marchita y, detrás, el reflejo de mi abuela, esforzándose por sonreír, abrazándome. Mis ojos rompieron en una cascada de lágrimas, y a través de ellas me pareció que en el espejo se reflejaba también la imagen de mi padre, sonriendo, mandándome todo su cariño y despidiéndose de mi. Le vi tranquilo, sereno, liberado del sufrimiento físico en que lo había sumido la enfermedad.
Desapareció en unos instantes, pero sentí una paz interior absoluta. La despedida de papá había sido el regalo mágico de mis Reyes. Abracé a la abuela y sonreímos las dos.

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Esta es mi aportación a los 52 retos de escritura para el 2020, de Literup.
RETO 2. 
Escribe un relato que ocurra el día de Reyes

Comentarios

  1. Se me ha puesto la carne de gallina con el reflejo del espejo. Me ha traído tristes recuerdos de cuando mi padre, demasiado pronto para mí, se fue dejándome con un torrente de lágrimas en los ojos y el corazón roto. Me ha gustado tu relato. Yo también participo en le reto.
    Si quieres, nos leemos.

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    1. Gracias Jose, es alentador saber que alguien "te lee". Buscaré tus relatos en el reto. Por cierto, no puede mantenerlo más allá de la séptima semana...

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