Mi querida y extraña abuela


Me sorprendió su petición, así que le escribí pidiéndole más detalles. A principios de siglo XX no había más remedio que comunicarnos por carta, después llegó el teléfono y todo lo demás, pero en aquel tiempo, la gente se escribía. La abuela me había escrito pidiéndome que le buscara en Londres un libro antiguo sobre magia, de un autor llamado Hymes. Ella vivía en Stornoway, única población del archipiélago escocés de las Hébridas. En tan remoto lugar difícilmente encontraba lecturas de su gusto y a menudo me hacía encargos, pero aquél me extrañó, también por el tono perentorio y apresurado de su carta. Pasaron los días y no respondía, así que dejé a cargo del negocio a mi socio, metí en la maleta el libro que había buscado por todo Londres, e inicié el largo viaje hacia los confines de Escocia. Varios carruajes y un ferry, y varias noches en posadas y hoteles fue lo que me costó llegar a la tierra de mis ancestros. La abuela y todos sus antepasados eran originarios de ese extraño y apartado lugar. 

Me dirigí directamente a su casa. La puerta estaba abierta, no hay delincuencia en la población, por lo que los vecinos y vecinas pueden vivir con la seguridad de que todos sus bienes y espacios seran respetados. 

—¿Abuela? —llamé en voz alta para que me oyera. Era una casita de dos pisos, con porche y jardín alrededor. Ni rastro de ella en la planta baja, ni fuego en la chimenea, ni platos por lavar, ni una vela encendida. Subí despacio las escaleras, temiendo lo peor. 

—¿Abuela? —seguí llamando, con cautela. 

La puerta de su habitación estaba cerrada y en cuanto la abrí un resplandor muy brillante me cegó, haciéndome retroceder. Caí por las escaleras y de milagro no me descalabré, pero mis piernas resultaron heridas, una de ellas fracturada completamente. Grité de dolor y atiné a ver a la abuela bajando velozmente las escaleras hacia mi. De sus manos fluyó un haz blanco de pura energía sanadora que reparó mis doloridos miembros en pocos segundos. 

—¡Pero qué diablos, abuela! —exclamé aterrorizado. 

—¡Diantre, no nombres al lado oscuro! ¿Estás loco? —recriminó la abuela, —calla y escucha. 

Eso hice, apoyado en la pared del vestíbulo, todavía sin ser capaz de levantarme por el estupor. 

—¿Has traído el libro? 

—Sí, está en mi maleta —dije señalando hacia el salón, donde la había dejado al entrar. 

Seguí sus pasos cautelosos hacia el salón. Al acercarse mi abuela a la maleta, esta empezó a brillar, como envuelta en una luz muy blanca. La abuela se detuvo y alzó una mano para indicarme que me detuviera. Lo qur vi fue extraordinario. Dirigió la palma de sus manos hacia mi maleta y a pesar de que estaba como a dos metros de distancia, la maleta se abrió, sola, sin que ella la tocara. Volví a retroceder, se me salían los ojos de las órbitas. El libro de magia se alzó levitando y se detuvo a la altura de los ojos de la abuela. Se abrió antr ella y de sus páginas salieron imágenes de todo tipo de seres extraordinarios, símbolos rúnicos, pócimas humeantes, que bailaban en el aire unos segundos y se esfumaban dando paso a otras imágenes. Al cabo de unos minutos, el libro de cerró y cayó al suelo con estrépito, sin luz, sin vida. 

La abuela se giró hacia mi. Sus ojos despedían un resplandor inquietante, pero con voz tranquilizadora, me dijo:

—Vamos muchacho, no te quedes ahí, tenemos mucho quehacer. 

Me agaché para recoger el libro del suelo, pero me dijo: 

—Oh, querido, no es necesario, me lo acabo de leer de cabo a rabo. ¡Vamos! 

—¿Adonde, abuela? ¿Qué está pasando? ¿Cómo puedes hacer estas cosas? 

—Tengo superpoderes —me dijo como si tal cosa, y sonrió. 

Parpadeé perplejo. ¿Estaba soñando? ¿Mi adorable abuela tenía superpoderes? 

La seguí apresurado, ya que se movía como si tuviera la energía de una adolescente. Se internó en el bosque murmurando una especie de letanía durante el camino. Más tarde supe que eran párrafos del libro que había memorizado durante la visión en el salón. 

—¡Abuela! ¡Hay alguien allí! —. Entre los árboles se distinguía una figura negra mirando hacia nosotros, amenazante. 

Con un rápido movimiento de su mano derecha, la abuela lo fulminó, como de un rayo. El tipo iba armado. 

—¿Pero qué ocurre? ¿Quién era este tipo? ¡Lo has matado! —exclamé.

—Solo es un espíritu. ¡Bajo esas ropas solo hay humo! 

Y en efecto, ahí solo había un amasijo de ropajes negros. 

—¡Vamos, aún falta lo mejor! —apuró la abuela. 

Continuamos adentrándonos en la espesura, la tarde ya había caído y se hacía difícil divisar el sendero. La abuela chascó los dedos y ante nosotros apareció una bola de luz de movimiento autónomo que nos iluminó el camino durante un buen trecho. 

Llegamos a la entrada de una cueva y la abuela se metió sin titubear. Parecía que sabía exactamente a dónde iba y a lo que iba. 

—Abuela, hace mucho frío —le dije, tiritando. 

Al momento, no sé como, me vi embutido en una especie de abrigo de pieles que apareció de la nada que me reconfortó al instante. 

—¡Gracias, abuela! ¿A dónde vamos? 

Llegamos a una caverna enorme cuyas paredes refulgían a la luz de nuestro lucero. En lo alto, un enorme animal negro con unos cuernos enormes y unas garras amenazadoras, rugió colérico. La abuela le echó un sortilegio y la convirtió en piedra. 

—¿Qué era eso, abuela? 

—El mal —susurró de manera enigmática. 

Al instante de todas las rendijas surgieron miles de pequeños seres que se avalanzaron sobre nosotros, trepando por mis piernas. No conseguía quitármelos de encima. Acabarían con nosotros. 

—¡Abuelaaaaa! —grité.

Creo que la pilló por sorpresa, como a mi, y le estaba costando recordar las palabras exactas del hechizo de defensa. 

Por fin las pronunció y aquellos seres se retorcieron gritando antes de quedar chamuscados como si se hubieran quemado por dentro. 

—Se acabó, querido, siento que hayas tenido que ver todo esto, pero al menos sabes que tienes una abuela bastante especial. A ver si vienes a verme más a menudo —dijo, soltando una dulce risita. 

Volvimos a casa, me preparó una humeante taza de te y me hizo saber que acabábamos de salvar al mundo de la invasión de unos seres extraterrestres que criaban en el interior de esa cueva fortaleciéndose para dominar el planeta. 

Después de aquello no volví a ser el mismo. Volví a Londres para dedicarme a la escritura. Me llamo Arthur C. Clarke. 




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Esta es mi contribución a los 52 retos de escritura Literup. Reto 51:  Crea un relato protagonizado por una abuela con superpoderes. 

Comentarios

  1. ¡Wow! ¡Qué abuela! Y qué bien guardado se tenía esos secretitos ¡Jo! Con esos poderes no vuelvo a hacer la limpieza en mi vida xD

    Me ha encantado, amo las aventuras mágicas

    ¡Un abrazo! Y felicidades, ya casi terminas el reto <3

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    1. ¡Hola Roxana! Sí, estoy terminando el reto. ¡Sólo queda un relato! Gracias por tus ánimos :)

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